Silencio, se piensa: el runrún que falta en el cine.
- Adrián G. Ríos

- 24 sept
- 6 Min. de lectura
El espacio oscuro, el sistema de sonido, la pantalla grande, son elementos conformados para sumergirte y ponerte a servicio de la experiencia, entonces, si se ignoran estos parámetros y prevalece el hacer fotos, hablar en alto o estar con el móvil por encima de la película o de pensar en algo ajeno, ¿qué buscamos en ir al cine?
Ayer noche fui al cine a ver Romería la última película de Carla Simón. Se estrenó a principios de este mes y aún así la sala estaba muy llena para ser la sesión de las 22:15. Como venimos estando acostumbrados a ver, existe una mala praxis del espectador promedio en la sala del cine, que es la de hablar en alto como si se estuviera en el salón de casa.
Tras 10 minutos de tráilers difícilmente comprensibles por el coloquio de varios espectadores sobre cualquier tema irrelevante, aprovechando un silencio entre anuncios, mi acompañante comentó en alto “Parece que aquí la gente viene a hablar como si estuviera en su casa” lo que provocó el silencio incómodo de los tertulianos y alguna risa cómplice. Y ojalá se quedase en lo anecdótico pero es una cosa que, de un tiempo para acá, he podido ver en las salas gracias a que puedo permitirme ir al cine mucho más.
Este verano fui a ver Misión Imposible - Sentencia final Parte 2 (2025) -el final, ahora de verdad-. En ella, Ethan Hunt se enfrenta a una organización que tiene el cerebro lavado por una inteligencia artificial que, a través de Internet, amenaza con destruir la tierra. En mitad de la película un soldado del ejército estadounidense revela formar parte de dicha organización y aprovecha que Tom Cruise está distraído para atacarle por sorpresa. Sucede una secuencia de acción en la que ambos pelean y Tom Cruise, en un alarde de chascarrillo cómico le dice: “Hagar, pasas demasiado tiempo en internet”, mientras le retuerce la rodilla al prójimo.

La cuestión es que, en los últimos 10 minutos de la película, en una suerte de catártico cierre a 29 años de la famosa saga cinematográfica, una señora de entre los espectadores decidió que para ella la película había terminado, y que, a pesar de que la película tratase cómo nuestra sociedad está condenada a la extinción por nuestra relación y uso de internet, lo mejor era ver reels de cocina a todo volumen en una sala IMAX.
Me ha pasado también con películas de otro carácter como Cónclave (2024), película sobre la corrupción de la Iglesia en la toma de decisiones que llevan a un cardenal a ser electo como Papa. En los pasillos del Vaticano, el silencio habla por los que callan, sin embargo, un matrimonio de mediana edad en el cine, comentaba a viva voz quién sería el responsable de amañar a un grupo de personas o quién saldría electo, más que Cónclave parecía Scooby Doo.
O como cuando fui a ver Un efecto óptico (2020) de Juan Cavestany. En la sala, delante de mi, tres señoras curiosas entraban a ver la nueva propuesta del director madrileño, probablemente inducidas por el protagonismo de Carmen Machi y Pepón Nieto. A mitad de película, se formula un bucle temporal como metáfora sobre la rutina, la insatisfacción y la búsqueda de disfrute en la vida de pareja, y la película vuelve a comenzar desde el principio. Dichas señoras, muy sobresaltadas, llevaban casi una hora sin entender nada y no parecían haber entendido este recurso narrativo, por lo que, indignadas y sobresaltadas, decidieron abandonar el barco antes de ni si quiera plantearse lo que estaban viendo.
Del mismo modo, hace poco, el director Chema García Ibarra, en una entrevista que le hice este verano me decía:
“A mi me gusta mucho ir al cine y lo que me gusta es ponerte en una situación en la que lo que manda es la película. Entonces no es un lugar para atender al teléfono e incluso atender a alguien que te dice algo, simplemente el hecho de estar en silencio me gusta como lugar de sometimiento, de sometimiento voluntario a una película. Entonces lo que manda es la película. Creo que te permite llegar a ser completamente invadido por la película y que no haya nada de la realidad que la interfiera y creo que es una forma fantástica de ver una película.”
Y tiene mucho sentido, el espacio oscuro, el sistema de sonido, la pantalla grande, son elementos conformados para sumergirte y ponerte a servicio de la experiencia, entonces, si se ignoran estos parámetros y prevalece el hacer fotos, hablar en alto o estar con el móvil por encima de la película o de pensar en algo ajeno, ¿Qué buscamos en ir al cine?
Mucha gente a día de hoy se queja (con razón) del elevado coste que supone ir al cine y de cómo esto es un impedimento para ver las películas. Así que tienes que afinar la puntería para tomar la decisión de invertir 13€ en algo que te vaya a aportar de verdad.
Pensaba todo esto a raíz, hace poco, de hablar con un amigo que me decía que se propuso en su tiempo libre “verse una nueva” y tenía “esa de Jesse Eisenberg y Kieran Culkin” -probablemente A Real Pain (2024) dirigida por Jesse Eisenberg- pero creyó que era un “rollazo” y tras 15 minutos la cambió y puso la nueva de Shin Chan. Porque el personaje de Kieran Culkin le parecía muy pesado y con 15 minutos supo ver como “era el típico personaje americano que hace mucha gracia a los amercianos” y cambió a la nueva de Shin Chan, que por lo que sea, tampoco le gustó porque “no era como las primeras”.
“Películas nuevas así que sean como de sentarse y no tener que estar como "runrún" la cabeza y tal, es que no hay, no hay…” esta frase se me quedó en la cabeza y reflexioné sobre cuántas pelis realmente de fomentar ese “runrún” vamos a ver al cine -o nos dejan ver, por la misma programación-. Cómo estamos dispuestos a verlas si no respetamos la película ni a otros espectadores, estamos haciendo fotos o pensando en qué vamos a cenar, si nos hemos hinchado a palomitas.

Todo esto obedece a varios factores sociales, económicos e incluso políticos cuya solución no es únicamente aprender a estar callado dos horas de tu día o dejando el móvil en silencio y guardado. El cine es comercial en cuanto a que la industria cinematográfica genera productos orientados a un gran público y con la intención de generar beneficios económicos como objetivo principal, vaciándolo de cualquier tipo de significado o mensaje y enfocándolo a la distracción, siempre que sea posible.
Es, por supuesto, susceptible de que tenga más presencia o no el arte dependiendo de cada obra, pero por lo general las películas obedecen cada vez más a una necesidad recreativa para el espectador. Habitamos un sistema que nos quiere trabajando 8h diarias de lunes a viernes, invirtiendo otro par en desplazarnos por ciudades sobrepobladas, obedeciendo a lógicas como la familia tradicional y el ocio de consumo. Y probablemente atender a películas que fomentan el "runrún" nos hiciera desear alternativas a todo eso -un mundo más amable, más crítico- donde poder ir despacio para ver una película que no tuviera el ritmo de un tiktok. Se buscan productos que no nos hagan pensar, porque desde pequeños somos más “peligrosos” si nos cuestionamos el orden a nuestro alrededor, por ello se premia al que dice que “leer no te hace mejor persona” y lo convertimos en influencer, o a quienes difunden ideas retrogradas y les ponen un podcast.
Queremos algo que nos haga sentir bien y nos diga lo que queremos oír. Y en realidad no tiene nada de malo querer ver Misión Imposible y entretenerte un rato viendo como se dan hostias. La problemática está en no ver Misión Imposible con un mínimo de contexto y criterio y estar acostumbrado a ello. Tendríamos que ver cualquier tipo de cine, porque de todo se puede aprender algo, pero si nos rodeamos únicamente de contenido que no nos invita a pensar y además no luchamos por crear un criterio que nos haga mejores personas estamos condenados culturalmente -y quizás como sociedad, porque no podemos entender aquello que no es como nosotros- y como consecuencia es más normal que Padre no hay más que uno recaude millones y millones siendo una saga en la que el progenitor se dedica a humillar sistemáticamente a sus criaturas -sus hijos ficcionados y las de verdad- y los niños acuden a verlo a las salas de cine y no nos preocupa.
No queremos asumir que lo que vemos y cómo nos comportamos tiene una consecuencia real en el mundo. Ver cine sin ningún criterio quizás no nos hace peores personas, pero sin duda sí menos críticas y es mas proclive que no reaccionemos hacia ciertos discursos, estéticas y conceptos que realmente son reaccionarios. De esta forma preferimos quejarnos de quienes señalan nuestras conductas porque el cambio y la crítica nos parecen agresivos.
Cuando terminamos de ver Romería la gente empezó a salir de la sala mientras se proyectaban los créditos. Para nuestra sorpresa, un muchacho sentado a mi derecha se nos dirige: “Perdonad, pero es que nosotros estábamos hablando solo durante los anuncios y no me parece bien que hayáis dicho eso cuando luego nos hemos callado…”. Mi acompañante le increpa: "En realidad lo decía por todas las otras personas de atrás". Nosotros no nos dimos cuenta ni de que hablaban a nuestro lado.
Con cuanta facilidad pensamos o sospechamos que otros son o actúan como nosotros, en especial cuando se trata de malas acciones o aptitudes. En efecto, como dice el refrán "Piensa el ladrón que todos son de su condición.".




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