Además de realizar un escrutinio algo vago sobre mis lecturas de 2024, comencé el nuevo año literario con otros dos análisis: primero, una evaluación económica del dinero invertido en libros durante el curso pasado (que me abstendré de compartir, por pudor); segundo, una revisión de mi biblioteca y posterior rescate de todos los libros que tenía sin leer.

Dibujo de Matthew Thomas
No eran pocos, hace ya tiempo que no puedo emplear la mesita de noche para acumular la pila de lecturas pendientes, más bien necesito varios estantes de mi biblioteca para ir colocando todas esas obras que, por diversos motivos, permanecen a la espera (ese sí sería un cuento: Sentimientos de una novela esperando a ser leída). Puede tratarse simplemente a causa de su envergadura (los libros largos requieren un tiempo que no siempre se está dispuesto a conceder), de su dificultad (motivo habitual pero no exclusivo en los ensayos) o de pura y simple falta de apetencia (ese libro que tan buena idea te parecía, de pronto pierde interés).
Mientras iba retirando libros de los estantes, la columna en mitad del salón creció, al punto de resultar inestable; construí otra columna, luego otra más, y hasta una cuarta. Contabilicé sesenta y pico obras pendientes, algunas de ellas obras más que reconocidas, como La hija del sepulturero, de Joyce Carol Oates, el primer tomo de Tu rostro mañana, de Javier Marías o El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura (tres autores que no he leído todavía); también el último tomo de la saga Mi lucha, de Karl Ove Knausgard, el segundo de El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu o la última aparición de Mircea Cartarescu, Theodoros. Por no olvidarme de fumadas varias que no recuerdo demasiado bien cómo acabaron en mis manos, como Abisal, de Álvaro Cortina (de la fabulosa editorial Jekyll&Jill), El mar alrededor, de de Keri Hulme o Nerón, el poeta sangriento, de Dezso Kosztolanyi.
Redondeemos a sesenta libros. Echando la vista atrás a mis lecturas de los últimos años, sesenta parece un tope que nunca o casi nunca he superado. La cuenta me llevó a hacerme la pregunta: ¿Y si este año no me comprase ningún libro? Podría tirar de mi baúl de lecturas pendientes y, aún así, todavía entraría en 2026 con alguna que otra lectura pendiente. ¿Sería posible tal cosa, teniendo en cuenta que es poner un pie en una librería y ya salivo? ¿Puede un lector-comprador de libros encaminarse hacia una travesía de tanta dureza?
Pero, ¿por qué no? Tirar de un poco de austeridad (la compra de libros sigue siendo consumo, sigue siendo capitalismo), como mínimo, dejando el idealismo de lado, ahorrar un poco; echar mano de la fabulosa red de bibliotecas municipales que un comprador como yo visita menos de lo que debería. Ocuparme de todas esas lecturas pendientes, autores pendientes, y degustar lo que ya está en casa. Rodeado de las columnas de libros sin leer, como el personaje de un cuento de Borges, me imaginé que las columnas iban perdiendo altura a medida que avanzaba el calendario, que mi cuenta bancaria disfrutaba del alivio y que las librerías que más frecuento añoraban mi presencia (y mi tarjeta de crédito). Me gustó el cuento.
No puedo pretender que creáis que ocurrió justo en ese momento, pero pretendamos que sí: sonó el timbre, era un repartidor, el resto ya lo sabéis: sobre color marrón, forma rectangular. Acaba de llegar De cantos y animales, de Carolina Arabia, de la increíble Ediciones Menguantes. Tuerzo el gesto, pero me disculpo: esa compra la realicé todavía en 2024.
Esto no va a funcionar, me dije.
Asumí con cierta y fingida resignación que algún libro iba a caer durante el 2025, y acordé conmigo mismo (es maravillosa la forma que tenemos de auto-negociar nuestras adicciones) que me permitiría una compra mensual, doce meses, doce libros, priorizando ediciones y editoriales singulares, autores poco conocidos, sin dejarme caer en las típicas novedades de anagrama y demás.
¿Lo conseguiré?
Yo apuesto a que no, pero, por lo de pronto, el pasado fin de semana entré en la librería Letras Corsarias (Salamanca) y salí sin un libro bajo el brazo.
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