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Lecturas de verano

Pero, antes de que se caigan las hojas de los árboles, el verano parece específicamente diseñado para las lecturas sencillas, programadas para distraernos del curso natural del resto del año...


 

Con cada período estival, brotan como setas en otoño incontables publicaciones que apuntan hacia las Lecturas del Verano. Desde los suplementos de los periódicos hasta el sinfín de webs dedicadas a la literatura, se elaboran listados de novedades, opciones por género y subgénero, tapa dura o bolsillo,… no en pocas ocasiones, se direcciona al lector “despistado” hacia lecturas de corte “ligero” (signifique lo que signifique eso); hacia obras de diversa extensión: cortas, para aquellos que vivan un verano lleno de constantes distracciones (como si no fuera la existencia actual una gran y constante distracción); largas, para los que dispongan del tiempo del que carecen el resto del año. Se ve bastante tapa dura (que luce muy bien en la sombrilla de playa), numerosas sagas, lecturas de corte romanticoso y, en general, mucha inversión de ciertas grandes editoriales que no pueden dejar un huequecito donde meter el pie.


Todas estas publicaciones habrán fenecido en las postrimerías de agosto, sustituidas por la nueva hornada (que también daría para post): Lo que se viene en el otoño literario. Un tiempo que, al contrario que el período estival, se puebla de las novedades de los autores más importantes o esperados (este año, por ejemplo, nos vamos a comer a Yuval Noah Harari y su Nexus hasta navidades; la nueva obra de Sally Rooney o la última obra monstruosa de Mircea Cartarescu, Theodoros).


Pero, antes de que se caigan las hojas de los árboles, el verano parece específicamente diseñado para las lecturas sencillas, programadas para distraernos del curso natural del resto del año, que entretengan sin obligarnos a pensar demasiado, una suerte de fastfood literaria que en otras épocas del curso no parece tan aceptable pero que con el calor, todo lo puede.


Igual que me levanto y me acuesto, que hago tres comidas, que hago algo de deporte y la colada, leo.

Servidor ojea estas publicaciones con lecturas de verano con evidente desdén (encogimiento de hombros), algo de curiosidad y abundantes fruncimientos del ceño (que nació para ser fruncido, no nos engañemos); también chasquidos de lengua, cuando me encuentro con vulneraciones flagrantes de la calidad literaria (Hola, Milena Busquets). Me dejo llevar por mis prejuicios literarios hacia determinadas editoriales con sobreexposición mediática (Hola, Planeta) y, desde luego, suspiro con satisfacción cuando encuentro alguna que otra perla inesperada.


Con todo ello en la cabeza, me giro luego hacia mis lecturas “de verano”. No vaya a ser que también yo tenga un sesgo en los períodos estivales. En general, podría decirse que dedico el mismo tiempo a leer a lo largo de todo el año. Igual que me levanto y me acuesto, que hago tres comidas, que hago algo de deporte y la colada, leo. En lo relativo a la extensión, tampoco encuentro tendencias estables. Lo mismo obras camino de las mil páginas como nouvelles (verano 2016: tomo 2 de Mi lucha, de Knausgard –camino de las 700-; y también Fóllame, de Virginie Despentes, de apenas 200). En la profundidad (o densidad) de las mismas tampoco parece detectarse sesgo alguno: me gustan las lecturas intensas (casi) siempre.


Como, además, tiendo a escaparme de las novedades, o a vivir algo ajeno a ellas (aunque no del todo), hago “descubrimientos” literarios a lo largo de todo el año. Este verano, que tengo fresquito, ha sido especialmente prolífico, con tres obras compradas a un tiempo en la maravillosa La Central de Barcelona: la apabullante La Amazonía, de Elian Brum; el bolaniano La más recóndita memoria de los hombres, de Mohamed Sarr; y Soy toda oídos, de Kim Hye-jin. Además de otra obra prestada, Supersaurio, de Meryem El Mehdati.




Entonces, ¿existe la literatura de verano?


Tiendo a mostrarme escéptico cada vez que leo “literatura de xxx”. ¿Será que se activa en nuestro cerebro el chip de la literatura estival cada vez que se supera una determinada temperatura o cierto número de horas de luz? ¿O más bien cuando nos llega el e-mail de confirmación de nuestro supervisor acerca de nuestra solicitud de vacaciones? ¿Nos atrevemos más o menos en verano? ¿O somos más conservadores, tirando por lo seguro? A lo mejor es que nuestras neuronas se relajan con el sonido del mar, o el zumbido del aire acondicionado, y nos sentimos más benevolentes con artefactos como Las hijas de la criada (nota: ¿queda alguien con dignidad en Planeta?) …


Por ahí leo que el libro del verano de 2024 es El año de la langosta. El mío está siendo el ya mencionado: La Amazonía.


Cada uno con lo suyo, como diría mi abuela…

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