Senderos al otro
- Ernesto Diéguez Casal
- 26 jun
- 4 Min. de lectura
Debemos reconocer cierta ceguera a lo que está fuera de nuestra cultura. En términos literarios [...] la ceguera es especialmente profunda. [...] Repito pregunta: ¿qué sabemos de China (literariamente)?

Todo por un viaje a China.
Aunque no puedo decir que la idea no me rondara de hacía tiempo, porque ¿qué sabemos de China?
Inmersos en los códigos y símbolos internos de la cultura occidental, como que todo lo que se encuentra al otro lado de nuestro horizonte de sucesos suena extraño, estrambótico. Hay quien ni siquiera lo tiene en cuenta, con la arrogancia del que se siente heredero directo del mundo clásico y cree que su forma de ver el mundo, de hacer sociedad, de estar, es moralmente superior y que más allá de las murallas no hay sino un espacio subdesarrollado.
¿Por qué sabemos tanto de ese constructo llamado cultura occidental y tan poco de la otredad que hay más allá? Es parecido a la pregunta que le hizo un papú a Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero: ¿por qué ustedes son una civilización dominante y nosotros no? Si es que todos somos humanos, faltó decir.
Debemos reconocer cierta ceguera a lo que está fuera de nuestra cultura. En términos literarios, que es lo que me ocupa y no otros charcos, la ceguera es especialmente profunda. Hasta no hace mucho, apenas nos llegaban del exterior un puñado de obras, algunas amparadas por la consecución de algún premio Nobel por su autor o autora, o gracias a alguna ayuda a la traducción que reducía el riesgo de la inversión editorial y daba color al catálogo.
Repito pregunta: ¿qué sabemos de China (literariamente)?
Me presento como ejemplo. Hasta hace relativamente poco, mi único contacto con la literatura china eran unos poemas mal traducidos al inglés por Allen Ginsberg (Cold Mountain poems, de Han Shan), a los que se hacía referencia en Los vagabundos del Dharma. En sus cuestionables búsquedas espirituales, los beat gustaban mucho de la orientalidad como forma de renegar del status quo. Y ya está. Parece escaso bagaje teniendo en cuenta que se trata de un país habitado por 1400 millones de personas, y que constituyen imperio desde hace ¿4000 años? Pensemos ahora en, no sé, Noruega, 5,5 millones de habitantes. ¿Cuántas obras nos llegan desde el país escandinavo cada año?
En 2019, conocí a una cooperante española que trabajaba en Sudamérica y dijo que tenía como objetivo leer novelas o ensayos de autores de países poco presentes en las librerías. Contaba con su propio mapa del mundo en el que iba tachando países como quien marca países que ya ha visitado (la literatura es un viaje, también). La influencia de muchos de los países que tachaba, literariamente hablando, era mínima o residual, casi anecdótica. ¿Quién conoce autores de Zimbabue, Guam o Moldavia? Aquella táctica me gustó, intenté aplicarla en cierta medida. Sin embargo, ¿encaja China como país poco representado, con tal población e historia?
¿Cómo puede ser que sepamos tan poco de su literatura?
Nuestra educación cultural es ombligocéntrica, conocemos pelos y señales de muchos autores occidentales, y muy poco de todo lo demás. Qué extraño es darse cuenta de ello, como si nos pillaran en una falta que antes ni siquiera sabíamos que podía existir.
En mi descargo diré que ya he iniciado el cambio (antes incluso de mi viaje a China). Gracias a editoriales como Aristas Martínez, he accedido a Hojas rojas, de Can Xue; a Submarino en la noche, de Chen Chuncheng; también he leído dos de los tres tomos de El problema de los tres cuerpos, de Cixin Liu; a través del mercadeo de segunda mano, y como forma de prepararme el viaje, leí Frutos salvajes, de Shen Keyi y ¡Vivir!, de Yu Hua, y va mediado el descomunal La vida y la muerte me están desgastando, del Nobel Mo Yan. Han incrementado mi conocimiento de una cultura semi-desconocida, me han hablado de su historia, de los enfrentamientos campo-ciudad, comunismo-capitalismo, tradición-modernidad, me han presentado un fresco de la sociedad china, y desde luego, han permeado mi experiencia fugaz en un país que sigue siendo gran desconocido (en mis investigaciones, guardé a otros autores reconocidos: Yan Lianke, Mai Jia, Liu Zhenyun, Jung Chang, Wang Anyi, etc). Mi viaje literario por China, todavía inconcluso, ha sido enriquecedor y lleno de aprendizajes.
Editorial Aristas Martínez
Pero ¡cuántos países quedan aún en esa lista global! ¿Alguien ha leído a algún autor somalí, fiyiano, groenlandés, beliceño?
Si reducimos nuestras lecturas al foco estrecho de la llamada cultura occidental, ¿cuánto nos estamos cegando a otras realidades? La diversidad literaria nos habla de otras formas de contar, de otros ritmos, de otros mundos, amplía horizontes y refuerza nuestro armazón intelectual y emocional para conectar y comprender al Otro, esa alteridad que tratamos como si fuera algo artificial, lejano, casi inerte. No en vano, la otredad genera una fricción, y la fricción es molesta; pero también se trata de la única manera de aprender, una herramienta crucial para ubicarnos en el mundo y aceptar la diferencia, enriqueciendo nuestra moral.
Comentarios