El señor Martínez aspiró: olía a primavera y a primer beso. Siguió el resto de instrucciones. Cuando bajó los párpados, volvió a escuchar la voz...
Entró en una sala circular donde había una cama baja en el centro. Todo lo que deberían ser paredes tenía un color extraño, gris oscuro con textura de agujeros. Incluso el techo. El enfermero lo acompañó hasta el centro de la habitación y le ayudó a tumbarse. Todo era tan limpio y blanco que, cuando el enfermero lo arropó y le colocó los almohadones, empezó a darle sueño.
Cuando todo estuvo listo, el enfermero pulsó una tecla de la cama. Se abrió un hueco en el suelo y una flor mecánica apareció, ascendiendo. El enfermero la cogió y se la dio. La flor se abrió. De alguna parte, llegó una voz:
– Precinto de seguridad desactivado: confirmación de primera apertura. Código: bella mors. Comprobación de datos: paciente 4392028374C. Edad: 88. Servicio B-03: siesta en el río. Sin enfermedad terminal o degenerativa. Asunto de muerte: “a ti qué te importa”.
El enfermero, que comprobaba los datos en una ficha, sonrió de medio lado. El paciente también. Sus miradas se encontraron durante un segundo, aunque bastó para crear un momento de complicidad.
– Comprobaciones realizadas, señor Martínez. Todo en orden. Cuando esté listo, continuamos.
El anciano asintió.
– ¿Desea que me quede? Estaré vigilando desde la otra habitación que todo va bien, pero depende del paciente.
– No, gracias. A partir de aquí me las apañaré solo. Si algo no funciona, haré un gesto. Gracias por tus servicios y tu compañía – al decir esto, el señor Martínez agarró el brazo del enfermero, a modo de despedida. Durante unos segundos, se mantuvo así: sabía que ese momento era su último contacto con el mundo real y, sin quererlo, tuvo miedo. Como cuando estás en un juego de realidad virtual y tienes que tirarte desde la azotea de un rascacielos.
– El gusto ha sido mío. Le deseo un buen viaje – contestó el enfermero devolviendo el apretón.
El enfermero se fue de la sala, no sin antes dedicarle una sonrisa cálida. El señor Martínez aún tenía la flor mecánica en las manos. De nuevo, la misma voz automática volvió a sonar en la sala:
– Relájese. Aspírela como si se tratase de una flor real y túmbese. Respire profundamente. Cierre los ojos.
El señor Martínez aspiró: olía a primavera y a primer beso. Siguió el resto de instrucciones. Cuando bajó los párpados, volvió a escuchar la voz:
– Procesando inicio de programa. Usted ha elegido el servicio B-03: siesta en el río. Activando sonido de ambiente. Activando temperatura y humedad. Activando luz ambiental. Activando velocidad del aire. Activando esencias y aromas. Activando hologramas. Servicio B-03 completado: si lo desea, puede abrir los ojos.
Morning on the Seine, Good Weather, Claude Monet, 1897
Al hacerlo, el señor Martínez se sobresaltó. Había visto recreaciones digitales muchas veces, pero nunca como aquella. Las plantas eran tan realistas que podía ver los relieves de las hojas y los pequeños detalles de cada tallo. Los insectos volaban. Vio un par de libélulas que jugaban cerca del agua. El olor a flores, hierba mojada, tierra y piedras era tan real que lo podía saborear. Entre el sonido del arroyo y el canto de las abubillas, se escuchó:
– Bella mors comenzará a hacer efecto en unos minutos… ¡te estoy esperando, mi amor!
Ya no era la voz mecánica que había sonado antes, sino otra, que conocía muy bien. Era su voz, la de ella, la madre de sus hijos. La voz que más amaba en este mundo… o el siguiente.
El señor Martínez sonrió mientras se acomodaba en su lecho de muerte.
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