Todo artista tiene una musa personal, en ocasiones son varias a lo largo de su vida, pero la primera y única constante es sin duda sí mismo.

La herida de ser artista, Paula Noriega Gómez. 2021
“La herida es el lugar por donde entra la luz” — Rumi
Cuando hablamos de la vida de un artista y de cómo esta se relaciona y se mezcla con su obra, es muy común mencionar el dolor.
Todo artista tiene una musa personal, en ocasiones son varias a lo largo de su vida, pero la primera y única constante es sin duda sí mismo. Explotamos nuestro dolor, lo usamos de pintura y tinta, le damos mil formas, pero en el fondo sigue siendo nuestro. El arte, y por tanto las historias que existen en él, siempre son parcialmente autobiográficas: dejamos nuestro rastro en cada cosa que creamos, cada símbolo o metáfora no es más que una manera distinta de revelarnos al mundo. La herida del artista siempre sangra, porque siempre que creamos la volvemos a abrir.
Quizás este dolor tenga algo que ver con el hecho de que cada creación supone destruir el espacio necesario para que algo exista, pues el arte es la muerte de la nada. Alimentamos nuestro sufrimiento, porque no hay profesión que arañe y muerda tanto como ser artista. Llama a tu puerta todos los días, te grita, te acosa a todas horas, te ordena arrancarte el corazón y estamparlo contra un lienzo. Y siempre caemos en ella, ya que ante todo supone una ventana al desahogo, una vía de escape para los traumas.
¿Pero qué pasa cuando terminamos el cuadro? ¿a dónde se va todo ese dolor? La soledad inherente que asociamos a los artistas, esta intensidad y sangre saturniana, esta alma atormentada que desata sus emociones en su obra, no es más que un grito de auxilio prolongado en el tiempo. Es lícito y catártico usar el dolor propio como propulsor de nuestra obra, pero no es necesario sufrir para crear, o por lo menos no deberíamos hacer que fuese necesario. Si organizamos una carrera basada en la automutilación terminaremos sin cuerpo que retratar.
¿Quién va a tender nuestras heridas? Esos agujeros en nuestro pecho por los que dejamos salir la marea interior son también los resquicios por los que la luz encuentra su hogar. Sangramos en cada trazo porque la nada sería una muerte súbita. Pero la herida duele cada vez más, porque ser artista es una enfermedad progresiva para la que no hay cura.
He escrito muchas veces sobre mi propio cuerpo, he usado las palabras como cuencos en los que vertía todos mis miedos, frases y más frases para contar la historia de mi dolor. Porque existe, porque necesitamos que los demás lo vean. No es necesario sufrir para crear, pero todo arte esconde dolor, ya sea la existencia o la ausencia de éste. Son gemelos separados al nacer, igual que el amor y el luto.
No creo que tengamos que rompernos en mil pedazos para hacer un collage con ellos, pero a veces el destrozo ya está hecho desde hace mucho, y el arte simplemente es restauración. La herida de ser artista es una mutación constante, inmune a cualquier punto de sutura o vendaje. Verso aquí, dibujo allá. Tratamientos paliativos para una condición crónica. Como si abriese mi pecho en dos cada vez que escribo una línea, como si cada boceto levantase mis huesos para ver debajo de ellos.
Porque esto no ha sido un artículo, sino una autopsia guiada.
Comments