En Señas de identidad, la vanguardista novela de Goytisolo, se cuenta la historia de Álvaro, un personaje que, como alter ego de su autor, pretende recorrer los “meandros de la memoria” para rellenar una “biografía llena de agujeros”. Su intención es la de ordenar las piezas que de su pasado dispone para conformar a modo de mosaico una identidad que parece haber perdido si es que, efectivamente, tuvo en algún momento.
El personaje de Goytisolo trata de reconstruir desde su yo (Álvaro) las circunstancias que, en términos de Ortega, le han conformado. Este es, simple y llanamente, su único objetivo: si es alguien, saber quién y por qué, sin intenciones ulteriores. Lo que derive de su búsqueda y reconocimiento de la propia identidad no serían más que consecuencias; jamás realizaciones de objetivos premeditados. En este sentido, la búsqueda de las señas de identidad es una empresa objetiva y crítica que pretende lograr un proceso de (auto)reconocimiento sin atender a juicios de valor de los que puedan inferirse nada más que el mero análisis de los hechos.
La búsqueda de la identidad, por tanto, no es una criba ni depende de la dicotomía aceptación / rechazo. Si así fuera, la identidad no sería buscada, sino artificialmente construida. No se trata de edificar un “yo”, pues este es previo al inicio de la búsqueda; se trata de identificar dicho sujeto mediante el análisis de los constituyentes que lo conforman: sus circunstancias, que no pueden elegirse o desecharse por ajustarse o no a un prototipo de esencia del yo. El yo preexiste a las circunstancias desde las que se pregunta por su identidad, por lo que, reinterpretando a Ortega, yo no soy yo y simplemente mis circunstancias, sino las circunstancias-que-me-han-ocurrido. Si el yo solo puede definirse por las circunstancias pasadas y nunca desde un momento presente porque las circunstancias nunca son sino que han sido, puede deducirse de esto que no existe una esencia del yo más allá de aquellas. La esencia siempre es previa porque nunca se es, simplemente; sino que se es-desde. Por tanto, reinterpretando a Ortega, yo no soy yo y mis circunstancias; yo soy mis circunstancias; todas mis circunstancias. Visto así, puede decirse que nunca se es (esencialmente), sino que se está (circunstancialmente)[1]; o, siendo más preciso, se ha estado.
De este modo y a partir de esta concepción, la búsqueda de la identidad –repito- no consiste más que en un observar hechos para extraer conclusiones de índole descriptivo, en (primer lugar) y explicativo (en segundo lugar). En este método de naturaleza cuasi científica no hay lugar para la selección y todos los datos son pertinentes de cara al resultado final. Seleccionar unos y descartar otros supondría falsear dicho resultado, hacer de la identidad reconocida un mero invento auto-legitimado que cree ser cuando, única y simplemente, tan solo está donde no debiera.
Una identidad tal, una identidad falsa y fuera de lugar (en el doble sentido según mi razonamiento), sería, además, una identidad simplemente limitada. Las circunstancias acaecidas no pueden inventarse precisamente porque ya han ocurrido, lo que implica que en el proceso de selección únicamente se pueda renegar de algunas para que, sin añadir nada, se realce el resto. Pero el brillo que adquieren las privilegiadas sin sombra de ninguna otra es un brillo artificial únicamente intenso en el punto que enfoca; en contraste con la luz natural, que se expande homogéneamente y siempre igual de tenue en todas direcciones.
Óscar Wilde escribió en El retrato de Dorian Gray que:
“definir es limitar”;
Aquí añado yo que definir es limitar si las lindes de la definición son fronteras ante las que retroceder y no metas que cruzar. Tratar de definirse en el plano esencial del ser es limitarse; hacerlo en el plano circunstancial del estar es orientarse. El giro del ser es sobre sí mismo, “autofágico”; el del estar, sobre la otredad, sobre aquello en lo que se está, se ha estado y se estará.
Metafóricamente, uno debe buscar su identidad en un mapa y no en el cielo metafísico; junto con sus vecinos y no desde la vacuidad de las nubes. Álvaro no realiza un ejercicio de introspección, sino de extrospección, en el sentido profundo. Tratando de identificarse así mismo, mira hacia lo que le rodeó, para bien o para mal, consecuentemente; pues el correcto método de análisis de la propia identidad no necesariamente supone que la identidad sea plato de buen gusto. Pero eso aquí no importa.
No debe buscarse la esencia, como advierte Goytisolo en el artículo, porque la esencia es una falacia que trae cabe sí un afán “posesivo, intolerante y autosatisfecho”. No solo falsea la propia identidad que se cree tener, sino que además la emponzoña e imposibilita, pues impide el contacto con el exterior, con ese mundo en el que se está y que, en el sentido heideggeriano, hace ser. Una búsqueda esencialista de la identidad desemboca, irremediable y paradójicamente, en la identificación de uno mismo como el extranjero de Camus: el habitante de un limbo existencial en el que ya tampoco cabe la posibilidad de sentir, en sentido profundo y con respecto al problema de la identidad, que se está en algún lugar.
Y este es un razonamiento que va más allá del propio individuo y que trasciende a la comunidad en el plano político. Que desde la superestructura política se busque la esencia de la identidad supone un punto de vista que acarrea problemas de todo tipo pues, si hacemos caso a ciertas proclamas sociales que se han extraído y reinterpretado de las clásicas ideas aristotélicas, “todo lo humano es político”: la vida social, la cultura, las ciencias… Lo que parece que no compensa a cambio de una identidad original y pura que reivindicar.
En definitiva, no debe evitarse el auto-reconocimiento, pero sí que debe realizarse desde el plano correcto, desde lo circunstancial (el estar) y no desde lo esencial (el ser), puesto que no solo es la manera menos nociva, sino tal vez la única; la misma, además, por la que opta Álvaro, el personaje de Goytisolo en Señas de identidad; la que no parece haber tomado, como el propio autor sugirió, la sociedad española contemporánea.
[1] Porque, como argumentaba Heidegger en Ser y tiempo, ser es “ser-en-el-mundo”; es decir, “estar”, según aquí lo explico.
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