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El día que el mundo conoció a Al Pacino

¿Qué sería El padrino sin ese joven, inexperto y enigmático Michael Corleone de mirada pérdida? ¿Qué sería la suntuosa y barroca Scarface de Brian de Palma sin esa teatralizada y excesiva interpretación de Tony Montana? ¿Qué sería de una tarde de perros sin ese frenesí y tensión constante, esa falta de aire y asfixia que padece Sonny Wortzik?



¿Qué sería, en fin, el cine sin una de las figuras más icónicas de la gran pantalla de las últimas décadas del siglo 20? ¿Qué sería el cine sin Al Pacino?


Al Pacino, convertido hoy en una de las figuras míticas del cine lleva toda su vida recorriendo teatros, platós de rodaje y galas de premios. Todos conocemos al Al Pacino de la gran pantalla, al gran actor renombrado y galardonado, pero ¿quién es realmente el hombre detrás del mito sin el cual, a día de hoy, el cine de los últimos años no podría entenderse?


Alfredo James Pacino nace el 25 de abril de 1940 en Nueva York en una familia de origen italiano y pasa su infancia y adolescencia en la zona sur del Bronx, en unos años en los que la droga arrasaba entre la clase obrera y se cobrara la vida de cientos de jóvenes.


El teatro y la interpretación fueron su salvación. Su temprana atracción por el mundo del espectáculo le evitó continuar el camino de muchos de sus amigos, consumidos por la realidad que les rodeaba. Y es que, aunque hoy asociemos el nombre de Al Pacino al cine, sus orígenes y la esencia de todos sus personajes tienen sus bases en el teatro. El propio actor reconocía que para crear sus personajes, necesitaba tiempo, reflexión, momentos de pausa y de premeditación como en todo proceso creativo teatral.


Con Strasberg y Bergdorf como maestros, se forma en la técnica de “el método”: hay que ser el personaje, no representarlo. Técnica en la que se instruyen también Marlon Brando, de quien se puede decir que Al Pacino recoge el testigo de un nuevo estilo de interpretación, y Robert de Niro, con quien forjará una gran amistad y un dúo inseparable. Es con obras como “Does a Tiger Wear a Necktie?” o “The Indian Wants the Bronx” que Al Pacino comienza a hacerse un hueco en la escena teatral neoyorquina.


Siendo aún un actor inexperto le llega su gran papel: Michael Corleone. Al Pacino consigue dotar a su personaje de una dualidad y una profundidad que pocos creerían encontrar en un personaje de la mafia italiana. Lo humaniza al mismo tiempo que lo demoniza con esa impredecibilidad y esa quietud fácilmente perturbable que puede estallar en cualquier momento en un arrebato de ira y violencia.


Es a partir del personaje de Michael Corleone que el actor comienza a dejar su marca interpretativa en todo lo que hace, con personajes complejos, sorprendentes a cada momento, erráticos, explorando nuevas facetas y dimensiones personales de sus personajes. El éxito le acompaña unos cuantos años en los que, Al Pacino parecer estar en el elenco de todas las grandes películas del momento, consolidando su estatus de icono cinematográfico - “Serpico”, la segunda entrega de “El padrino”, “Espantapájaros” o “Una tarde de perros”. Con esta última, Al Pacino consigue generar fascinación por un personaje al límite, oprimido por el Nueva York de la época. Un personaje desdichado y desesperado que llega a rozar lo absurdo, invocando cierta compasión por parte del público.


Así, Al Pacino, se convierte en líder de masas tanto dentro como fuera de la pantalla.


Pasan los años y en 1983 rueda “Scarface” a las órdenes de Brian de Palma. Una película que si bien en su época no fue apreciada, se convertiría en uno de los grandes íconos de la cultura cinematográfica. Una iconicidad que no se habría conseguido sin la interpretación desbordada, excesiva y artificiosa de Al Pacino, que más allá de encarnar un personaje provocador e irreverente reflejaba los excesos, conflictos y desigualdades de una época turbulenta en Estados Unidos. Sin embargo, Al Pacino poco habituado al mundo de los flashes se ve aturdido por los éxitos y la fama. Sobrepasado por el consumo excesivo de alcohol, el ritmo vertiginoso de trabajo, y el fracaso crítico y comercial de sus dos últimos films, el actor se retira de la vida pública y de la actuación durante cuatro años.


Tras cuatro años de ausencia, el actor vuelve con “Sea of love”. Sin embargo son “Scent of a woman” y “Heat” los papeles que vuelven a hacer de Al Pacino la estrella que siempre fue. Con “Scent of a woman”, no solo se corona como mejor actor en los Oscar de 1993,sino que nos permite ver a un Al Pacino más distendido, imponente como siempre, pero más cercano, más accesible en un papel que le aleja del cliché de líder de mafia italoamericana o detective vapuleado por la vida Unos años más tarde, con “Heat” vuelve a dar vida a uno de esos personajes fácilmente asociables a Al Pacino: un detective, antiguo militar, obsesionado con su trabajo hasta tal punto que su familia poco parece importarle. No obstante, a pesar de ser un personaje que podríamos esperar de Al Pacino, el actor dota a Vincent Hanna de una madurez y una experiencia palpables que construyen, una vez más, una interpretación única e irrepetible.


Podríamos seguir hablando y hablando de los centenares de papeles que ha interpretado Al Pacino y de cómo con cada uno de ellos sigue dejándonos con la boca abierta. Y es que, a pesar de haber participado en películas que han ido desde ser criticadas y canceladas públicamente (“Cruising”), también ha sabido meterse en la piel de personajes que han marcado un antes y un después en la historia del cine.


Porque para Al Pacino la interpretación no es un trabajo más, es una constante, una guía y un modo de vida que le ha otorgado, no sin razón, ese estatus de leyenda, que sigue alimentando todavía a día de hoy.









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