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Morir, dormir... tal vez soñar: una obra cumbre del cine español

Morir, Dormir, Tal Vez Soñar… es una película extremadamente difícil de catalogar, formalmente alejada del resto de la extraordinaria filmografía del cineasta Manuel Mur Oti.



-¿Qué es el cielo? / -El sitio donde vamos al morir / -¿Y por qué hemos de ir a alguna parte? ¿Por qué no quedarnos en nuestro cielo particular? […] -Todo el mar dentro de esta caracola. Y todo el cielo dentro de esta casa.

Morir, Dormir, Tal Vez Soñar… es una película extremadamente difícil de catalogar. Formalmente alejadísima del resto de la extraordinaria filmografía de Manuel Mur Oti, que en líneas generales, y a pesar de múltiples digresiones -suponiendo Milagro a los Cobardes probablemente la más clara muestra de ellas-, se movía siempre siguiendo los parámetros del clasicismo cinematográfico, dentro de los cuales acabó gestando varias de las mejores obras de la historia del cine español.


[Fotograma 1. Cielo Negro (1951)]

[Fotograma 2. Condenados (1953)]

[Fotograma 3. Orgullo (1955)]

[Fotograma 4. Fedra (1956)]


Esta última película, sin embargo, rompe por completo con esa tendencia, hasta el punto de que si no fuera por la extrema sensibilidad mostrada tanto en las anteriores como en esta, parecería realizada por un cineasta diferente. Se encuentra perfectamente integrada en la línea de cierto cine europeo realizado en las postrimerías de los años 50 y, sobre todo, a partir de los años 60. Es una película muy onírica, estructurada de forma muy libre y relativamente difusa, prescindiendo por completo del orden cronológico y presentando las secuencias como piezas desordenadas de un puzle aún por completar.


Esta decisión narrativa se muestra especialmente acertada y coherente cuando comenzamos a ser conscientes, al poco tiempo de comenzar la película, de que lo que vamos a ver es una sucesión de recuerdos de un hombre moribundo. Una obra habitada por ilusiones y por entes incorpóreos a los que el celuloide, como principal aliado del protagonista, consigue dar forma al menos durante unos minutos.


Ya en la primera secuencia, la entrada en la casa a través de la verja se siente, por nuestra parte, como una intromisión tanto en un espacio físico como en un espacio metafísico. Como si fuésemos a ser testigos de una serie de momentos que realmente ni siquiera nos correspondería ver, por pertenecer a lo más íntimo e intransferible de lo que puede disponer una persona: su mente. Ni siquiera podemos asegurar que lo que estamos viendo sea “lo que ocurrió”, pues la naturaleza real o ficcional de los acontecimientos que se nos muestran quedan completamente a discrecionalidad del espectador, por estar supeditados todos ellos a los frágiles mecanismos de la memoria.


Nos adentramos en el interior de la casa de Juan y, con ello, en el interior del propio Juan.


Asistimos a la revisitación de la casa a modo de limbo entre la vida y la muerte. Rememorar el acá, el lugar donde uno fue feliz, como transición necesaria antes del más allá, de la felicidad eterna. En ese sentido, encuentro a título personal conexión bastante directa con una película que muy probablemente supusiera una influencia tanto conceptual como narrativa para Mur Oti: Fresas Salvajes, de Ingmar Bergman. En ambas obras, poderosamente nostálgicas, los protagonistas se hallan sumidos en sus recuerdos hasta el punto de herirse a sí mismos, y deben enfrentarse a un pasado del que realmente nunca lograron salir, realizando un viaje físico y emocional que les proporcionará la paz interior necesaria para afrontar sus respectivas muertes.


El viaje interior de los protagonistas de Smultronstället (Ingmar Bergman, 1957) y de Morir, Dormir… Tal Vez Soñar guarda bastantes puntos de conexión.


En nuestro recorrido por la casa de Juan, asistimos a un puñado de momentos profundamente felices, que marcaron el devenir de su vida como niño, adolescente y adulto. Le acompañamos en el nacimiento de su hermana, en los encuentros con su primer amor -Ana Mari, personaje importantísimo del que sabremos más adelante-, en su primera experiencia sexual, en su noche de bodas…


[Fotograma 6. Nacimiento de la hermana]

[Fotograma 7. Encuentros con Ana Mari]

[Fotograma 8. Primera experiencia sexual]

[Fotograma 9. Noche de bodas]


A pesar de la magnitud de todo lo anterior, y de constituir la casa por tanto para él una especie de “fósil” de felicidad, paradójicamente el edificio respira muerte por sus 4 costados. Él es ya el único miembro vivo de la familia, tras los fallecimientos de sus padres, de su hermana y de su mujer. La casa, como consecuencia, no puede evadirse también de su naturaleza como “recipiente” de multitud de sueños rotos, que jamás podrán verse cumplidos.


El sueño de la hermana de Juan, consistente en alcanzar el éxito como pianista, frustrado por su repentina muerte.


[Fotograma 10. El sueño de tener su primer hijo con Luisa, frustrado por la llamada a filas durante la Guerra Civil]

[Fotograma 11. El sueño del padre de Juan, que aseguraba que tras la firma del armisticio alemán del 11 de noviembre de 1918 no volvería a haber jamás ninguna guerra]


Quizás es que la vida se construye a base de muerte. De muerte de personas y de muerte de sueños. De muerte de todo lo que en algún momento tuvo sentido en nuestras vidas, y que siguen dotando a esta de sentido incluso después de desaparecer.


Juan adopta esa idea de forma casi dogmática, como si el presente y el futuro no albergasen sentido por sí mismos, y hubiera que ir a buscárselo únicamente al pasado. Al haber considerado su casa como su cielo particular, tal y como se exponía en el diálogo citado en el comienzo del texto, le resulta imposible escapar de esas cuatro paredes a las que, empeñado desde pequeño en comprender qué era el cielo, ha conferido naturaleza divina. Es incapaz de deshacerse de esa mochila de recuerdos y sueños rotos que le acompaña cual apéndice, de la misma manera que él mismo se ha convertido en un apéndice de su propia casa. Un fósil más.

Esa divergencia entre la relación de Juan con su pasado y la que tiene el resto su entorno se pone de manifiesto con la repentina reaparición de Ana Mari, que vuelve a visitar la casa muchos años después de su anterior encuentro.

-Juan, ¿qué fue de nuestros sueños? / -Eso… sueños. […] / -Cuando vine, pensé que lo hacía para recordar unos sueños. Pero no era eso, sino para volver a vivirlos. […] Ya no estamos a 5 de junio de 1923.

Es en este punto cuando se le presenta a Juan la posibilidad de rehacer su vida y desarrollar una relación menos codependiente con su casa y con su pasado, con los que parece que mantiene una conexión casi vampírica. Por un momento parece que puede llegar a conseguirlo, pero su sentido ultrarromántico de la nostalgia ha llegado a tal punto que interpreta en clave pasado todos los eventos que se desarrollan en el presente con sus personajes-fantasma, y Ana Mari lo es.


Ella lo percibe enseguida, sabe cómo Juan la recordará: asociándola con la imagen de ella tapada por las cortinas. Como si fuese incapaz de relacionarse con nadie ni con nada sin caer en la fetichización de imágenes y en la creación de eventos-mito, para generar así material al que poder aferrarse… no solo en el futuro lejano, sino, cada vez más, en el futuro próximo.


Monólogo de Ana Mari exponiendo con total precisión la relación fetichista que guarda Juan con las imágenes, los recuerdos y los sueños.


No creo que sea casualidad que no sepamos prácticamente nada de Elena, la última mujer que conocemos en la película, que acompaña a Juan en su lecho de muerte. Por la poca información que recibimos, parece que ha sido alguien que ha estado junto a Juan muchos años, formando con ella la que sin duda es su relación más duradera, e incluso teniendo una hija juntos. Sin embargo, no asistimos a ninguna secuencia de ella durante las remembranzas del Juan moribundo… ¿por qué? Seguramente la explicación se encuentre en que esta persona forma parte de su presente, que no fue fosilizada como sí lo fue Ana Mari y su familia, y por lo tanto Elena no admite la idealización nostálgica de su figura que sí admiten todos los espectros de los que vive permanentemente rodeado.


Llegado cierto punto de su existencia, la vida para Juan se paró, y todo lo que le ocurrió a continuación fue, única y exclusivamente: soñar, dormir… y finalmente morir.


Las cortinas



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