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Kokoro: de lo emocional a lo intelectual. El derecho a estar herido. El arte como necesidad.

El trauma, no sólo como elemento estético o físico, sino como derecho de los artistas de utilizar el arte como terapia. Un acto que a veces se tacha de egocentrismo, o de recurrir a un discurso sensiblero y personalista carente de contenido.


Louis Bourgeois



"Para un artista toda su vida es una forma de entender su trauma" - Christian Boltanski.

El trauma, del gr. traûma, "herida". No sólo como elemento estético o físico, sino como derecho de los artistas de utilizar el arte como terapia. Un acto que a veces se tacha de egocentrismo, o de recurrir a un discurso sensiblero y personalista carente de contenido. Parece que hay que esconderlo todo y refugiarse tras cantidad de páginas de teoría rimbombante. Parece que hay que renunciar a lo esencial de la creación artística, a lo que nos toca verdaderamente en nuestra vida, en lo cotidiano: las emociones. A veces lo más sencillo (que no simple) es o más complejo y lo más honesto.


Crear para uno mismo y no para los demás. El proceso creativo no es unidireccional, no hay un método concreto ni correcto. Pero lo cierto es que resulta difícil discernir entre esas dos opciones. Estamos muy acostumbrados a entender el arte ligado al espectáculo o a la proyección hacia los otros, como si por antonomasia su función fuera la de ser compartido. Muchos consideran que la obra debe ser entendida, que debe ser accesible para todo el mundo. A menudo durante la enseñanza artística se focaliza en una forma finalista sobre cómo el espectador puede recibir nuestra obra, no se enfoca tanto hacia tener una conexión con tu propio trabajo y aprender a comunicarte de tú a tú con tu obra. No se enfoca en la relación con ella a través de una forma de crear auténtica y verdadera, honesta, en la que ésta nazca de forma natural y orgánica de nuestras propias vivencias y emociones. Evidentemente eso no se enseña, pero se podría orientar la docencia hacia esa manera de entender nuestra profesión.

Se orienta más bien hacia la creación de un producto. Se nos dan las herramientas para que la obra sea entendible, para que la comunicación entre artista y receptor sea fructífera y satisfactoria, pero el arte no va de eso. Creo que el arte es como la radiación, como si estuviera impregnado en los objetos y las acciones, en el ambiente, invisible, en el aire. Y creo que eso sucede independientemente de que la obra sólo la hayas visto o experimentado tú y la tengas encerrada en un cajón. Creo que no se culmina al mostrarla, ni siquiera que sea necesario mostrarla. A pesar de que esta pueda parecer una actitud más inmadura y pueril, realmente creo que es a la conclusión a la que se llega después de mucho tiempo. La conexión propia con tu trabajo, independiente de cómo se vaya a recibir, es lo realmente crucial. Naciendo de una pulsión instintiva y no de algo premeditado y maquinado, ni mucho menos de la ambición y el ego. No es que una forma sea necesariamente mejor que otra. Hay artistas que tienen obras que necesitan de una premeditación muy concreta y en las que no existe margen para la experimentación y el error, cosas que pueden resultar muy enriquecedoras durante el proceso creativo.


El procedimiento más natural y lógico para crear, y más si va a ser utilizado como canalización emocional, debe ser el que surge de forma espontánea, no el planificado, dotándolo así de autenticidad. ¿Hasta qué punto tiene sentido que un artista alimente su discurso con complejas teorías y apoyos sesudos de filosofía que quizás no les tocan de cerca de ninguna manera? Quizás estos deban encontrarse una vez ya terminado el proceso. ¿Creamos para ser vistos? ¿Escribimos para ser leídos? Existen artistas con trabajos muy científicos y cerebrales, producto de una investigación metódica acerca de un tema elevado. Otros con un arte emocional y visceral que nace de la experiencia vital y de la necesidad de expresarse.


Según Sakiko Yoshikawa, de la Universidad de Kioto, en japonés existe la palabra shinzou para referirse al corazón como órgano físico, ha-tao, que es un anglicismo que connota el corazón-amor, y kokoro, concepto que unifica la mente, el espíritu y el corazón. Un término todoabarcador si los hay. El pensamiento occidental se ha basado en el análisis y el aislamiento de diferentes aspectos para definirlos por sus diferencias, mientras que en Oriente existe una forma de pensamiento que tiende más a la integración, a lo analógico, al valor del espíritu. Ambas formas tienen cabida y permiten relacionarnos de manera distinta con la realidad y con el arte. Es el ámbito más libre que existe, es una lástima tratar de limitarlo. Hay pocos aspectos en la vida, por no decir ninguno, donde podamos permitirnos ser tan libres, al menos así debería ser. Existen muchas reglas no escritas, pero las reglas hay que aprenderlas para después poder saltárselas.


Kokoro es el punto medio, el equilibrio entre lo intelectual y lo emocional. La fusión entre corazón y mente. No es necesario huir de “la herida” en nuestro propio trabajo, al contrario, permitir que su presencia sea inherente y automática si así se desea. Todo es transferible al colectivo, se trata de llevar lo personal a lo universal. El artista no debería sentirse reprimido de hurgar en esas heridas, de ahondar e investigar en ellas. Tiene derecho a investigar procesos de curación a través del arte, no sólo como medio de expresión, sino como canal del subconsciente, dejarse llevar y fluir, y que realmente se refleje su persona en su trabajo. Ahí no existe ninguna necesidad de intentar ser entendido, no se persigue una comunicación, no pretende gustar, no importa nada más. Solo tú y tu acción, tus sentidos y tus procesos. Si el mismo artista no tiene una conexión especial con su propio trabajo, ¿quién si no?


Carlos Klett


No debería reprochársele introducir licencias particulares o personales a pesar de que no sean entendidas. Crear actos de conexión con su obra, casi rituales, en los que colocan elementos que sólo ellos saben por qué están allí, generando un hilo de unión único antes de entregarlo a la visión colectiva. Creo que el problema radica más en cómo el espectador se enfrenta a la obra, quizás esperando que todo le sea dado masticado, como si el artista necesitase de su aprobación. Ahí radica la complicada tesitura de exponer tu trabajo, poniéndolo bajo el rasero del gusto ajeno.


El ser humano siempre ha necesitado de la expresión artística para perpetuarse, utilizándola y siendo consciente de su necesidad de equilibrio emocional y espiritual. Esto ha sido más evidente desde el surgimiento del arte moderno y contemporáneo, en el que la propia libertad intelectual y creativa permitió al artista individualizarse y crear desde su propio ser. Por tanto, podremos decir que el arte es al humano como el agua es a la vida y que sólo desde un estado de armonía consigo mismo, el artista podrá crear para sí, y posteriormente, alumbrar, presentar su fruto al exterior.


El problema surge cuando este proceso se ve pervertido o frivoliza con la competitividad y el juicio de valor que tanto daño hace y tan presente está en el sistema del arte y el sistema en general. Todo va dirigido a ser mejor, a crecer, a la ambición, a la superación, forjando un paradigma en nuestra mente colectiva sobre lo que significa ser exitoso y lo que significa el “fracaso”, influyendo en el proceso creativo. Es complicado desprenderse de todo eso, mantenerse aislado y hacerlo de forma limpia y verdadera. En nada favorece a nadie y menos a la creación artística como tal. El auténtico artista está por encima de esto y para él prevalece el acto de hacer, su propia producción y mensaje y nada más. Será en todo caso la opinión pública sobre sus obras, la que decida.


Todo esto tiene su propio sentido desde el prisma de la arte-terapia: La pureza íntima para crear debe ir inexcusablemente unida a una actitud de honestidad para consigo mismo y para con los demás. Los materiales y sus usos hablan del interior de las personas. El hecho de plasmar en el mundo externo aquello que nos perturba a nivel interno hace que veamos de una forma más práctica y accesible aquellos conceptos que no podemos entender y que sólo observando desde una perspectiva exterior se podrán integrar en nosotros mismos.

Carlos Klett



Un ejemplo de artista que crea a partir de su propio universo interno es Louise Bourgeois, quien siempre concibió la creación como un doloroso proceso de aceptación de su propio pasado, marcado por el abandono familiar de su padre. Siempre entendió la creación como un exorcismo, como la vía para liberar los temores y abordar los traumas. La fuerza de esa producción artística emprendida desde la necesidad de cicatrizar heridas. temas como la sexualidad, el cuestionamiento de la identidad femenina, la familia y la soledad se mantuvieron constantes en sus obras. Reviviría constantemente sus miedos, así saldaba sus deudas. Volvía una y otra vez a los abismos de la ausencia de amor, a la figura de un padre autoritario obstinado con la autenticidad moral, y sin embargo capaz de engañar a su mujer enferma con la institutriz.


Louise Bourgeois



Decía Bourgeois:

"Una chica puede sentirse aterrorizada por el mundo. Sentirse vulnerable, ya que puede ser herida por el pene, de modo que trata de tomar la misma arma del agresor".

Según creía, esta aprensión falofóbica provenía de una educación irracional al respecto, lo adecuado sería inculcar a la niña que el hombre también puede encontrarse desamparado. Para ilustrar esta idea, la escultora contaba un episodio de la juventud, cuando estudiaba en París y un modelo masculino de desnudo no supo controlar una erección tras observar a una alumna. Bourgeois pensó entonces:

"¡Qué suceso tan fantástico, revelar tu vulnerabilidad, exponerla de manera tan explícita!".

Esta frase me parece que genera un símil bastante claro con la auto-represión a la hora de expresarse a través del arte.


Hay que atreverse a utilizar el arte como instrumento liberador y como arma arrojadiza. Artistas como Bourgeois, Tracy Emin o Frida Kahlo han sido objeto de crítica precisamente por considerarse que vivían en una constante autocompasión alimentada por una exacerbada necesidad de atención y protagonismo. O por tratar sus discursos con recursos demasiado manidos u obvios. Existe algo peyorativo en personificarse en el propio trabajo y utilizar tus traumas, y más si el dinero entra por medio, considerándose que la obra debe estar completamente desprendida de la propia figura del artista, y que debe dirigirse y pertenecer únicamente a la sociedad, hablando de su tiempo. El artista debe quedar en un segundo plano.


Hay personas que solamente hacen pintura decorativa, algo más poético o menos posicionado con la realidad social y política en la que se encuentran, pero incluso eso puede llegar a ser revolucionario, sin necesidad de ser una denuncia explícita. Hagamos el tipo de obra que hagamos, si no existe en nuestra base una forma de superar y romper estas barreras y exigirnos un nivel más comprometido para aportar al mundo, nuestro trabajo no tendrá excesivo sentido. Seremos grandes hacedores de formas o grandes decoradores. El artista es un reflejo de su propia sociedad, la cual le inculca estos miedos. Lo de uno mismo es algo de todos. Lo particular es colectivo. Lo personal es universal.


Carlos Klett





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