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Elegía a la Sierra Quemada

Elegía a todos los campos de Extremadura que han sido despojados de sus atributos más distintivos en los pasados días.


Sobre un Volcán. Fotografía de Venancio Gombau, 1906. Las Hurdes


El siguiente poema fue escrito en 2017, tras los incendios que se cobraron más de 8000 hectáreas en la Sierra de Gata, Cáceres. Habla de cómo Jálama, deidad femenina de los Vetones, antiguos pobladores de Sierra de Gata y Las Hurdes, se ve despojada de sus atributos más distintivos, ante semejante masacre provocada por el hombre, el fuego.



Perdida, del pastor la conciencia

que vuelve tras un tiempo a sus tierras,

se encuentra con una ambientación neblinosa: la gatuña,

niebla densa pastosa que aparece y desaparece

y parece moverse errante como cosa viva

y fluida que quiere atrapar el paisaje

de la Sierra de Gata. Diálogo trascendental:


—¿Quieres ver muertos?

—¡No! ¡Quiero reconocer mis bosques perennes!

—Mira, pinos oscuros, negros.

Ahí están, todas sus hojas por los suelos,

suelos grises, incoloros, de colchón crujiente.

Ni perennes ni nada, ¡han perdido todas sus agujas!

—¡No! ¡No quiero verlo! He vuelto a mis campos.

Vengo a labrar mi tierra. Vuelvo a mi sierra,

la sierra donde me crié, una sierra que...

—¿Una sierra...? Ten un fósforo

y tendrás una sierra quemada,

y no será por acción de un trueno,

sino por la mente pirómana.

—¡¿Por qué?! ¿Qué sierra es esta?

¿Qué habéis hecho con mi sierra...?

—Y cuando caiga la última ceniza incandescente,

después de esa lluvia cenicienta descendente, no habrá remedio,

no volverá a brotar campesino reminiscente.


Vista de las Hurdes en camino al valle de Las Batuecas. Realizada en 1906 por Anna Seé, durante su viaje por la comarca.



Allí vas, Jálama, la devastada por los fuegos,

a veces nevada, Diosa madre, seno verde,

mas ahora quemada, hogar de flora, que emanaba miel y leche.

Ellos, los que te adoraron una vez

desde las altas colinas y los profundos valles,

ellos, los que recolectaban tu fruto,

son los que ahora te han quemado.


Ya no recoges agua, ni la rocías

por los huertos con tu cántaro,

ya tu rostro ni refleja la luz con sus bosques,

ni proyecta su sonrisa eterna, ni tiene ya color.

Tras el incendio artificial,

espectacular desacralización.


Ya no puede haber un natural diálogo

entre hombres y bosque.

Ya no puede proyectar el romántico

emociones complejas sobre el paisaje.

Conmoverse es lo único que le queda

al contemplar las ruinas vegetales.


Siente el silencio quejumbroso

de las almas errantes de los árboles centenarios,

de las camadas de conejos ennegrecidos,

de los topos que solo encuentran tierra dura,

de los ciervos que perdieron su cornamenta ante el calor,

de los pájaros que lloraron por sus nidos.


Una pierna de perro pastor

que respira humo gris,

un reguero de agua negra

de veneno y carbón,

un tocón que se pregunta

por sus portentosas ramas

y una lluvia deslizante que el suelo rechazó.


Desplazamientos, pueblos desalojados,

refugios temporales. proyectos calcinados,

hogares destruidos, cultivos arrasados,

graneros de fuego, fincas devastadas,

rebaños quemados, ganaderías perdidas,...

Tan largas son las consecuencias

que recorren las hectáreas,

pues feroces llamas rodaron

por las montañas sin cortafuegos


que frenasen su impulso y su distancia.


Sube a cualquier altiplano,

desciende a los infiernos

y contempla la paradoja

de la belleza enfermiza

que desprenden aquellos montes

alzando sus pavesas al cielo de Xálima.


Daniel González Talavera (Edu)


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