Tarkovsky nos sumerge en todas ellas en una atmósfera onírica, repleta de una naturaleza exuberante que se presenta como vía de escape y como ser con vida propia. Una atmósfera marcada por el deseo constante de volver a lo conocido, al hogar, de refugiarse en los recuerdos para poder sobrellevar el hastío de la vida, especialmente en la diáspora.
Nada más oír su nombre dos reacciones se producen: fascinación o hartazgo. Es así, el cineasta ruso Tarkovsky, si bien todo un referente en el mundo del cine, es considerado por muchos como esos directores pertenecientes a la élite cinéfila, en la que solo unos pocos entendidos pueden moverse con plena libertad. Es cierto que no pretendo aquí cambiar opiniones, sí me gustaría simplemente desmontar su obra, darle un sentido y quizá desvelaros a un nuevo cineasta, que para mí es único por su manera tan particular de construir y modelar el tiempo.
Es cierto que Andreï Tarkovsky no se distingue por ser uno de esos directores con una amplia filmografía, sin embargo, todas y cada una de sus obras bien valdría la pena contarlas por dos, como poco. Con tan solo 13 obras - quizás las más conocidas y aclamadas son las realizadas en la última etapa de su vida profesional - Tarkovsky nos sumerge en todas ellas en una atmósfera onírica, repleta de una naturaleza exuberante que se presenta como vía de escape y como ser con vida propia. Una atmósfera marcada por el deseo constante de volver a lo conocido, al hogar, de refugiarse en los recuerdos para poder sobrellevar el hastío de la vida, especialmente en la diáspora.
De hecho, si algo se puede decir de la filmografía de este director es que es muy personal, volviéndose más y más íntima con cada uno de los largometrajes. Esto es principalmente notable en películas como "El espejo" o "Nostalgia" y “El sacrificio", donde a través de la narrativa, el cineasta hace referencia a sus propias vivencias - en “El sacrificio” aludiendo a su estancia en Italia para poder crear sin las restricciones de la Unión Soviética y en “El espejo” recreando sus recuerdos de infancia, obsesionado por la ausencia de su padre y ensalzando la figura de su madre a un estatus casi divino.
Cualquiera de estos films tiene la capacidad de involucrarnos en la historia, de hacernos sentir igual de perdidos que los personajes, transportarnos a tiempos en pausa, atrapados en los recuerdos, imposibles de dejar atrás para poder avanzar. Quizá es por esto que sus imágenes son tan enigmáticas y atrapantes. Quizá por la duración anormalmente larga de cada plano, el movimiento sutil, casi imperceptible en el momento, pero evidente al final del mismo, que sus films consiguen abstraer y transportarnos a una atmósfera y un ambiente con temporalidad propia.
Fotograma de La infancia de Iván
Para Tarkovsky, otro elemento crucial son los espacios naturales. Parajes un tanto fantasmagóricos donde la naturaleza cobra vida propia y se convierte en un personaje esencial más de la trama. Sin ir más lejos en “Stalker” es el propio paisaje, quien guía a los personajes, quién les obliga a contenerse, a redirigir su camino, contribuye a su confusión pero al mismo tiempo los alberga en su aventura. En todos ellos, el agua, el fuego, la niebla o la vegetación todo lo invaden, penetran en todos los lugares para hacerse con ellos y dotar de una dimensión orgánica hasta a máquinas y naves espaciales como es el caso de “Solaris”.
Sin duda alguna resumir o siquiera comenzar a hablar sobre la singular sensorialidad y temporalidad de cualquiera de las obras fílmicas de este director es tarea casi imposible. Por ello, y dado que la experiencia de ver cualquiera de las películas de Andrei Tarkovsky es innegablemente única en sí misma, os invito a que os adentréis en un viaje visual extrañamente hechizante.
De una u otra manera, sus largometrajes no os dejarán indiferentes y podréis ya participar en el debate, Tarkovsky: ¿genio real o sobrevalorado?
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