Mono delante de un esqueleto, Gabriel von Max, c. 1900
Éramos una panda de bebés ojerosos y malnutridos,
niños viejos cascarrabias con ánimo vengativo.
Cachorros humanos apáticos, resentidos,
con el ceño fruncido y el vientre inflado
de suscripciones a cuentas,
canales, plataformas, boletines, newsletters.
Contenido compulsivo que nunca vimos,
que no consultamos,
que no nos interesa.
Éramos bebés-mono,
madres-mono,
cadáveres-mono,
comunidades-mono,
superestructuras que se masturban.
Niños ferales en busca de afecto,
enganchados a los picos de las mesas,
a la espera de un resquicio de caricia,
de compasión del universo.
Éramos bebés apolíticos,
bombas neutralizadas,
dinosaurios herbívoros,
una masa crítica de caracteres.
Éramos tan tan -istas…
tan tan -ismos…
Éramos niños buenos y listos
que escarbaban en sus llagas con regocijo.
Éramos y seguimos siendo sobre la encimera
una pila reseca de alarmas, algoritmos,
claves, cookies, plugins, vistos
Éramos privados de discontinuidad.
A las tres de la madrugada
un guisante bajo la almohada,
un ligero repunte
de sorda incomodidad existencial.
Éramos criaturas rotas, complacientes
carne y nervio que no goza,
que no habla,
que no llora,
que no siente.
Éramos corazones mansos embestidos,
atorados,
ensartados,
un deseo libre y consensuado
de violencia normal, banal, tribal, vulgar.
Éramos bebés risueños en cadena,
almas cándidas en serie,
durmiendo ahora y por los siglos
el colapso eterno de los justos.
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