Enamorarse de un espejismo seco es acaso enamorarse. Es pender de una ficción...
Mujeres en el aseo, Leo Gestel, 1901
Pararlo, nadie nos enseñó a hacerlo.
Nos estiramos hacia el regazo del otro
y quién sabe si atinamos.
Hay gozo en el dolor de estar equivocados
pero si preguntan,
diles que jugábamos.
Jugamos con regocijo
hasta que la boca nos supo a barro,
a castillo de arena,
a mentira sostenida con cuerdas y palos.
Por piedad, despídeme en silencio
aunque la sabiduría del miedo
nos quepa en un último beso al aire.
Acude, pronto,
desdibújame las coordenadas.
Dime adiós con la mano y cierra.
¿Qué será de mí
cuando hasta las horas tengan rostro y brazos?
No te enseñaron.
No supe hacerlo tampoco.
Nos estiramos hacia un punto en el mapa
y tropiezo sobre otro,
deliramos.
Enamorarse de un espejismo seco
es acaso enamorarse.
Es pender de una ficción
que en los labios,
ya hueca y estéril,
no deja de saber a ilusión.
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