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Flor(i)cultura planetaria, diciembre

«¿Cómo hacer para mirar limpiamente, sin querer encontrar en las cosas lo que nos han dicho que debe haber, sino simplemente lo que hay?» Esto sepreguntaba Antoni Tàpies en su artículo El juego de saber mirar (Cavall fort, núm. 82, 1967). El juego es uno de los métodos más fructíferos y placenteros de observación y reflexión.


[Jugar]


Si caminásemos por un mapa, el título de este artículo no haría sino describir una evidencia. Las flores son elementos culturalmente extendidos en nuestro planeta, asociadas a todo tipo de rituales, propiedades y estéticas. Si leemos el título en clave de adivinanza, la fecha situaría temporalmente la planta y ayudaría a concretar el espécimen. En navidad, la floricultura vive un momento especialmente productivo, son fechas asociadas a plantas como el abeto, el muérdago o el pino.


[mirar ampliamente]


Decoraciones vegetales, efímeras y caducas, inundan casas, salas de espera y escaparates. Sin embargo, más allá del acto estético, el impacto medioambiental es enorme. Para su cultivo se utilizan hectáreas de invernaderos y superficie de monte, además de grandes vías comerciales para su distribución, con las consecuentes emisiones de CO2 y repercusiones en el calentamiento global. Cristina Lucas reflexionaba al respecto en su obra Round arround. Una escultura de tres piezas que plasma la evolución, a lo largo de la historia, de las principales rutas de circunvalación del globo. Los kilómetros menguan; desde las largas rutas de Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano hasta la que utilizaremos en un futuro, cuando el calentamiento global derrita el Polo Norte, pasando por la ruta actual que atraviesa los canales de Panamá y Suez. Sin lugar a dudas, obras como la de la artista andaluza evidencian las maneras tan directas con las que el sistema económico nos afecta.


Round arround, Cristina Lucas, CAAC, 2022


[sin querer encontrar en las cosas lo que nos han dicho que tiene que haber, sino lo que sencillamente hay]


La primera crisis financiera de tiempos modernos fue consecuencia del mercado de una flor, el tulipán. El primer registro de floración de este bulbo en Europa data de 1559, descrito por el naturalista Conrad Gessner en su tratado botánico, Catalogus plantarum. En contra de la tradición instaurada durante las expediciones botánicas del colonialismo, en que muchos de los nombres de las plantas solían hacer referencia a sus “descubridores” dejando caer en el olvido las tierras de origen, el tulipán fue nombrado Tulipa turcarum, en alusión a su procedencia otomana. Entre fines del siglo XVI y principios del XVII, la tulipomanía enloqueció a los Países Bajes. La fiebre por el tulipán desorbitó su precio, estableció arriesgadas plusvalías y acabó sacudiendo los cimientos de la próspera economía holandesa, al caer en picado el valor monetario del bulbo.


Fotografía, Leendert Blok.


No obstante, la mercadotecnia se ha encargado de corregir el riesgo de comercializar con un producto vivo, perecedero y delicado como las plantas y las flores. Durante los trayectos desde el lugar de producción hasta el lugar de destino-consumo, la mayoría se mantienen a muy bajas temperaturas e, incluso, recién cortados algunos especímenes se sumergen en mezclas químicas para protegerlos de hongos y preservar así su “frescura”. A esto hay que sumarle la cantidad de pesticidas utilizados para que los acelerados cultivos sean exitosos y los efectos contaminantes derivados de estas prácticas. Quizá estamos necesitados de trabajos como los de Rebecca Louise Law en los que todos los estadios de la flor, fresca, seca, putrefacta, comparten “estatus”. Necesitamos reeducar la mirada y desacelerar el concepto de belleza, como aquello joven y fresco.


Season, Rebecca Louise Law, 2021


Regresemos a las reflexiones iniciales y a lo lúdico como método de trabajo, sigamos jugando. Añadamos color al título floricultura, diciembre. Una especie encaja especialmente con la suma de los tres elementos: la flor de pascua (Poinsettia pulcherrima), otro de los cultivos que se dispara en los meses finales del año.


Flor de Pascua, Nature’s selfprinting: a series of useful and ornamental plantes of South Indian flora, 1861


La flor de pascua, también conocida como “flor de nochebuena”, cobró importancia a nivel internacional en el siglo XIX, cuando Joel Poinsett, botánico y primer embajador de Estados Unidos en México, la llevó a su pueblo natal en Carolina del Sur.


Desde su puesto diplomático, Poinsett solicitó realizar alguna de las rutas hechas por Humboldt. En aquel contexto “descubrió” la Euphorbia pulcherrima. A partir de entonces, adoptó por costumbre, en Navidades, regalar ejemplares floridos entre sus amistades y, en formato de exicata, a los principales jardines botánicos del país. Sin embargo, las flores se marchitaban con gran velocidad, por lo que Poinsett utilizó sus conocimientos botánicos para mejorar la especie consiguiendo que fuese más resistente e hizo de ella un negocio. No olvidemos que, la expansión del sistema capitalista ha estado vinculada, desde sus orígenes, al aprovechamiento comercial de ciertas plantas como el algodón, la caña de azúcar, el tabaco, el café o el té. Con el paso de los años estas industrias fueron creciendo hasta que, en el siglo XIX, adquirieron un poder de dimensiones globales y contribuyeron decisivamente al desarrollo del esclavismo de la época.


En un ejercicio comercial de apropiación, durante mucho tiempo se pensó que el origen de la Euphorbia pulcherrima era estadunidense. Por este motivo, y aunque fuese una especie ya citada en la “Historia de las Plantas de Nueva España” (realizada por Francisco Hernández después la primera exploración en territorio mexicano en el último cuarto del s.XVI) en Estados Unidos se conoce como Poinsettia pulcherrima, en referencia a su “descubridor”. La expoliación siempre ha caracterizado a las sociedades del poder. Nos topamos con ella tanto en el ámbito humano como con respecto al resto de sistemas vivos. En su obra Primavera silenciosa, Rachel Carson lo expresaba con claridad:

“El control de la naturaleza es una frase concebida desde la arrogancia, nacida de la era neandertal de la biología y la filosofía, cuando se suponía que la naturaleza existía para conveniencia del hombre”.

Alguien podría pensar que me he olvidado de la última palabra del título de este artículo, planetaria. Nada más lejos. Como proponía Tàpies, necesitamos ampliar el campo de nuestra visión, de nuestro conocimiento. Qué mejor manera de hacerlo que con un adjetivo de tales dimensiones y con un guiño al pensamiento global de Gilles Clément. Para el jardinero, paisajista y botánico francés la tierra es un jardín planetario, un jardín en movimiento que, no obstante, ha dejado de ser un infinito y necesita ser comprendida desde sus límites. ¿Puede el arte responder a esta necesidad? Sin lugar a dudas puede incidir en las conciencias o en la forma de ver de la gente. Para Daniel Steegmann “El arte tiene la capacidad de transformar nuestra relación con el mundo" por esto piensa sus trabajos, no como conclusiones sino, como puntos de partida.


Geranio, Tina Modotti, 1924.

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