Me pregunto si será cierto que cualquiera de nosotras puede tener una pequeña genia arrinconada en su cerebro.
Lo siento, sé que venimos de navidad y todo eso pero es que no me puedo quitar de la cabeza la imagen de un hombre que con expresión grave y circunspecta sostiene un periódico extendido frente a sus narices y mira de soslayo lo que ocurre a su alrededor. ¿Que por qué?, ¿qué tiene de raro una imagen tan cotidiana? Absolutamente nada si no fuera porque se trata de un miembro de la Asamblea Nacional de Afganistán y el periódico que sostiene está vuelto del revés.
Me reiría —y de hecho se me escapó la risita al leer la anécdota por primera vez— sino fuera por lo que una imagen así representa: la dramática realidad de un pueblo en el que la corrupción, la violencia y la mentalidad medieval campan a sus anchas. Sin embargo, la imagen no es actual, tiene cerca de veinte años y fue descrita en la impresionante autobiografía de Malalai Joya, activista afgana, exdiputada y defensora de los derechos humanos, la democracia y el derecho a la educación de las niñas en Afganistán. El libro fue publicado hace más de una década pero el panorama que describe no sólo no ha mejorado sino que la situación es cada día más dramática. El señor del periódico, fundamentalista e iletrado, ya no ocupa un asiento en la Loya Jirga —la asamblea nacional del país— sencillamente porque hoy en día ni siquiera existe tal cosa. La retirada de las tropas estadounidenses en 2021 supuso la restauración del régimen talibán y la disolución del sistema parlamentario. Miles de personas se vieron obligadas a huir y encontrar refugio en el extranjero. Entre ellas, Malalai, amenazada de muerte en innumerables ocasiones desde que con tan solo 25 años se atreviera a alzar la voz en público para denunciar la presencia de criminales en los órganos de gobierno del país.
«Mi nombre es Malalai Joya y soy de la provincia de Farah. Con el permiso de todos los aquí presentes, de Dios y de los mártires por la libertad, me gustaría hablar unos minutos. Me gustaría saber por qué mis compatriotas permiten que la legitimidad y legalidad de la Loya Jirga se ponga en cuestión con la presencia en está asamblea de los criminales culpables de la situación actual en el país. ¿Por qué permitís la presencia de criminales aquí? Ellos son los responsables de que nuestro país se haya convertido en el centro nacional e internacional de las guerras. Ellos son los misóginos que han traído tanto mal a nuestro país. Creo que es un error darles una nueva oportunidad. Deberían ser perseguidos por la justicia. Incluso aunque fueran finalmente perdonados por la gente de Afganistán, sus actos no serán borrados de la historia.»
Volviendo al presente y a mi pequeño apartamento con vistas a uno de los edificios más feos de la ciudad, no puedo evitar preguntarme de qué está hecha una mujer así. Me he puesto de fondo a Dariush, un cantautor iraní que al aparecer solía escuchar Malalai en su juventud. Canciones de amor y libertad. No entiendo una palabra de farsí pero me gusta cómo suena. Me imagino a una Malalai adolescente, devorando libros, películas y canciones, todo lo que caía en sus manos durante sus años en el campamento de refugiados de Pakistán en el que vivió junto a su familia hasta su regreso a Afganistán, donde iniciaría su trayectoria como activista y maestra en una escuela clandestina para niñas. Su padre, que había estudiado medicina y había formado parte de la resistencia contra la ocupación soviética, la animó desde niña a leer todo lo que pudiera. «Dime lo que lees y te diré quién eres», le solía decir. Mahatma Gandhi, Che Guevara, Patrice Lumumba, Bhagat Singh, Saeed Sultanpur, Víctor Jara, Nelson Mandela y Anna Politkóvskaya son algunos de los nombres que Malalai menciona en su autobiografía como referentes y forjadores de su pensamiento político. «En mi país hay muchas como yo», insiste Malalai. «No somos un país indefenso, somos capaces de gestionar nuestros propios asuntos. Los derechos de las mujeres no han estado siempre en tan mal estado. Son las políticas de las grandes potencias extranjeras, su intervención y apoyo a los grupos más extremistas de Afganistán, lo que ha impedido el avance en los derechos de las mujeres». Sin embargo, ni siquiera en occidente surgen muchas como Malalai. Su elocuencia, determinación y coraje son una rara avis. Es una mujer, sin lugar a dudas, extraordinaria.
He cambiado el fondo musical por algo más actual. “Damn 92” de las Robertas, una canción que se me venía a la cabeza cada dos por tres leyendo a Malalai.
«I've been considered a girl all my life, a sweet little child with nothing on my mind. You always told me I couldn't understand. Remember this day, cause this is your last».
Y es que eso de ser continuamente subestimada por tener una determinada apariencia, especialmente si eres mujer, es una piedra con la que muchas nos tropezamos a diario. Pero en la vida de Malalai esa piedra es un peñasco que ella ha aprendido a hacer saltar por los aires. Exdiputada, maestra y directora de un ambulatorio y de un orfanato, con la educación secundaria como única formación oficial terminada, ¿se puede ser más jefa?
«¿Dónde está la persona encargada? Yo soy la encargada les respondía y ellos me miraban de arriba a abajo sin dar crédito».
Malalai Joya
Pero Malalai no es una mujer de hierro sino un ser humano de carne y hueso, que en los momentos de flaqueza pudo contar con el respaldo y la protección de sus seres queridos y de la gente afín a su causa. «Aunque mi familia ha sufrido de muchas privaciones, lo único que siempre hemos tenido en abundancia ha sido amor».
Se ha puesto a llover repentinamente. No soy mucho de celebrar la navidad pero estoy por ponerme un villancico mientras me quedo mirando por la ventana la mugre reblandecida del edificio de enfrente. Me pregunto si será cierto que cualquiera de nosotras puede tener una pequeña genia arrinconada en su cerebro pero por mucho que contemos con todas la comodidades y recursos materiales necesarios, sin amor, sin el apoyo incondicional de nuestros amigos y familiares ese potencial se atrofia y termina perdiéndose. «Nunca subestimes el poder de tus acciones» concluye Malalai. «La lucha será larga, pero si permanecemos unidos por la justicia y la democracia, seremos imparables». No te falta razón, querida Malalai. Ojalá la ignorancia, el desánimo y el individualismo no nos entumezca por completo las articulaciones para reaccionar ante las injusticias.
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