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La vanguardia, cortita y al pie: el fútbol y la generación del 27

Seguramente sea la primera vez que en esta revista se habla de fútbol, puesto que aquí el sujeto de debate es el arte en todas sus facetas, acudiendo a nosotros el lector con la idea de evadirse, a través de la cultura, de una realidad en la que el fútbol está demasiado presente.


Final de Copa de Santander (1928)


Exceptuando quizá a los más fanáticos, todos estamos de acuerdo en que el fútbol, pudiendo ser muchas cosas y visto de múltiples formas, no es una forma de arte. Eso es objetivamente hablando, claro. Porque subjetivamente, somos muchas las personas que vemos arte a través del fútbol, en forma de belleza salvaje o de elegancia muy refinada, y puede crear en nosotros experiencias cercanas a las sufridas por Stendhal en Florencia.


Como he suscitado en el primer párrafo, el binomio fútbol-sociedad es algo ineludible, y llega a ser molesto para quienes no lo perciben más que como “veintidós detrás de una pelota” o como “el opio del pueblo”. Yo, describiéndome como un “disfrutón” del fútbol, no puedo estar más de acuerdo con estas dos afirmaciones de sus más fuertes detractores. Y es que estas dos frases se convierten casi en un axioma en España, donde el fútbol ha jugado un papel muy importante en la sociedad a partir del Siglo XX, desde que fuera uno de los pilares de la dictadura franquista a modo de dispersión y divertimento social.


Pero en este artículo nos vamos a centrar en los inicios del fútbol en España, y es que este deporte fue traído a la Península entre finales del siglo XIX y principios del XX tanto en el norte como en el sur de la Península por empresarios, trabajadores, mineros y comerciantes de las islas británicas. De esta manera dejaron una huella imborrable en nuestra cultura popular, hasta el punto de seguir utilizando muchos de los términos originales en inglés para referirnos a muchos elementos del juego, como córner, penalti, gol o el propio fútbol.


A partir de aquí es donde contamos la conexión entre lo popular y lo culto, entre el fútbol y la poesía. Y es que algunos de nuestros apreciados poetas de la Generación del 27, en su etapa más vanguardista, donde se abrazaban en mayor medida los cambios producidos alrededor y siendo portadores de un carácter rompedor, el impacto del fútbol en la sociedad no es algo que les pase desapercibidos. Lejos de eso, algunos de los más grandes, como Gerardo Diego, Rafael Alberti o Miguel Hernández mostraron un gran entusiasmo ante este deporte al que veían como una emocionante y divertida alternativa a los toros. Eso sí, ambos gustos no estaban reñidos, pues por ejemplo Gerardo Diego también era gran aficionado taurino. Y es que hay que tener en cuenta que el fútbol estaba empezando a asentarse en una sociedad española de muy larga y arraigada tradición taurina a través de muchos siglos, que por supuesto continuaba estando en las más altas cotas de popularidad (Lorca es un gran ejemplo de esto). Pero el hecho de ser el fútbol un deporte tan divertido, colectivo, y sobre todo, de fácil acceso y práctica (a diferencia de la tauromaquia) provocó su rápida aceptación y pasión.


Partiendo de la última palabra del párrafo anterior y conectando con la frase en la que mentaba a quienes son capaces de ver arte a través del fútbol, inspirándose con goles agónicos, jugadas trazadas por pinceles muy finos, o paradas de algún ángel alado bajo la portería, Rafael Alberti quedó prendado por la actuación del portero húngaro del Barcelona Franz Platko en la final de Copa del Rey, un partido muy belicoso, destacando lo siguiente:

“Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía como un toro el arco catalán. Hubo heridos, culatazos de la Guardia Civil y carreras del público. En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los de la Real Sociedad que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre sus brazos (...) apareció de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar. (...)”.

Tras esta experiencia, don Rafael se propuso a escribir la Oda a Platko en la que ensalza a este valiente guardameta a la altura de un héroe clásico:

(…) El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan. Las insignias. Las doradas insignias, flores de los ojales, cerradas, por ti abiertas. No, nadie, nadie, nadie, nadie se olvida, Platko. Ni el final: tu salida, oso rubio de sangre, desmayada bandera en hombros por el campo ¡Oh Platko, Platko, Platko, tú, tan lejos de Hungría! ¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte? Nadie, nadie se olvida, no, nadie, nadie, nadie.

Franz Platko, jugador del FCB


Y es que este partido, entre el Barcelona y la Real Sociedad de San Sebastián, no era un partido más, era una batalla de nacionalismos, en un momento de tensión política importante, en el marco de una débil monarquía. Así pues la agresividad por parte de jugadores y público hizo del partido una épica batalla de corte medieval. Jugándose el oso rubio de sangre, desmayada bandera en hombros por el campo ¡Oh Platko, Platko, Platko, tú, tan lejos de Hungría! ¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte? Nadie, nadie se olvida, no, nadie, nadie, nadie. partido en Santander, hogar de Gerardo Diego, Alberti le escribió a este lo siguiente: “el 20 te perdiste el partido más heroico del mundo. Hubieras gritado, llorado y hasta perdido el conocimiento. No te digo más.”


La historia no acabó aquí, puesto que Gabriel Celaya, guipuzcoano y seguidor acérrimo de la Real Sociedad, le respondió con la Contraoda del poeta de la Real Sociedad. Esto es a lo que en nuestros días llamaríamos un “beef” de grandes proporciones, pero en la época quedó en una mera anécdota entre dos conocidos del gremio:

(…) Y recuerdo también nuestra triple derrota en aquellos partidos frente al Barcelona que si nos ganó, no fue gracias a Platko sino por diez penaltis claros que nos robaron. Camisolas azules y blancas volaban al aire, felices, como pájaros libres, asaltaban la meta defendida con furia (…)

Otro genio que vio poesía en las líneas pintadas sobre el césped fue Miguel Hernández, quien también se inspira en un portero, pero en este caso destiñe su corazón del color de cualquier equipo para enfundarse la camiseta negra del equipo de los caídos. Y es que en la Elegía al guardameta lamenta profundamente la muerte de Lolo, portero del Orihuela, quien según nos cuenta, murió tras golpearse la cabeza contra el poste de la portería, en un intento por evitar un gol. En esta elegía nos encontramos con curiosas metáforas, como la del árbitro visto como un domador de fieras, o el césped como alpiste para los porteros, “pájaros voladores que se tumban sobre el viento”.

(…) Te sorprendió el fotógrafo el momento más bello de tu historia deportiva, tumbándote en el viento para evitar victoria, y un ventalle de palmas te aireó gloria. Y te quedaste en la fotografía, a un metro del alpiste, con tu vida mejor en vilo, en vía ya de tu muerte triste, sin coger el balón que ya cogiste. (…)

Sin abandonar a esta inolvidable generación de genios, el postre de este artículo es un canto al fútbol en toda regla, un recuerdo imborrable por parte de Gerardo Diego de su niñez: El balón de fútbol. Este poema aparece recogido en Mi Santander, mi cuna, mi palabra, obra en la que recoge sus recuerdos de niñez, y expresa de una manera brillante esa importancia de la influencia inglesa, conjuntamente con la pasión que sentimos al jugar los amantes de este deporte:


Tener un balón, Dios mío. Qué planeta de fortuna. Vamos a los Arenales: cinco hectáreas de desierto, cuadro y recuadro del puerto. Qué olor a Tabacalera. —Suelta ya el balón, Incera. —No somos once. —No importa. Si no hay eleven hay seven. Qué elegante es el inglés; decir sportman, team, back; gritar goal, corner, penalty. (Aún no se ha abierto el Royalty.) (…) Ya se desinfla el balón. Sopla tú fuerte la goma. Ata ya el cuero marrón. (…) —Mañana a la Magdalena a jugar contra el “Piquío”. Y al “Plazuela”, desafío.


Tener un balón, Dios mío.

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