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         ISSN 2792-5110

HABLA DE ARTE®

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La isla de los muertos

Actualizado: 22 nov 2021

¿Alguna vez has escuchado un cuadro? Todas las grandes obras tienen una historia que contar. Rachmáninov supo prestar atención y oír los paisajes pintados por Böcklin. De ahí proviene su obra más famosa "La Isla de los Muertos". Una síntesis entre pintura y música de la mano de dos maestros del arte. Y tú, ¿has escuchado alguna vez un cuadro? te leo, como siempre.



La pintura arrastra una dificultad desde su origen, peca de silenciosa, y en la inmensa mayoría de las ocasiones, es demasiado exigente con quien la observa. Sólo si prestas atención, y tienes suficiente imaginación, te confía, entre ténues susurros, sus más íntimos pensamientos.


Serguéi Rachmaninoff, compositor ruso romántico, supo ganarse la confianza de una pintura en especial, aquella realizada por Böcklin a finales del s.XIX, "La Isla de Los Muertos". Pero esta le impuso una condición. A cambio de contarle sus secretos, este, debía difundirlos, acaso, en un ataque de benevolencia, o, quizás, cansada de que nadie más supiera escucharla. Rachmaninoff, decidido, comenzó a componer un poema sinfónico, la que sería su pieza más famosa, el Op. 29, allá por 1908.


Serguéi Rachmaninoff comenzó a componer su obra en 1908, en los últimos años de la corriente romántica musical, un estilo basado en la transmisión de las emociones y los sentimientos a través del arte, y que no sólo se desarrolló en la música, sino también en la pintura, la escultura y fundamentalmente en la literatura.


Es la época del "Frankenstein" de Mary Shelley o de "Los Miserables", de Víctor Hugo, pero también la vuelta a las ideas y las obras del pasado, donde los artistas encontraron inspiración y afinidad. Fueron frecuentes, y muy características, las relaciones y la complementación entre las distintas manifestaciones artísticas, creando piezas únicas, seres híbridos.

En este contexto surge el género del Poema Sinfónico, piezas musicales de inspiración diversa, desde movimientos filosóficos y escenas de la mitología o la religión, hasta ideas políticas y obras pictóricas o literarias.

Era el momento perfecto, la oportunidad idónea para devolver el sonido a la pintura y Rachmaninoff lo sabía. Él parecía componer “para expresar lo que sentía de la forma más sencilla y clara y la estructura romántica era la más adecuada para representar estos sentimientos”.

En 1907 el compositor encontró una foto en blanco y negro de la pintura en cuestión. La obra pertenecía a una serie de cuadros realizada por el pintor Suizo, Arnold Böcklin, uno de los padres del simbolismo. Todos ellos representaban la misma escena, el mismo paisaje, pero con pequeñas variaciones, fruto de una personalidad exigente y en constante perfección. El hecho de que nuestro compositor no hubiera tenido en aquel momento la oportunidad de conocer la obra original, a color, influyó muy notablemente en la concepción de la pieza musical, y, de haber sido así, el mismo afirmó, que su obra no habría sido ni siquiera parecida a la que hoy escuchamos.


Te aconsejo que escuches la música mientras lees este artículo y después, mientras observas la obra de Böcklin.


La pintura representa una escena en relativa calma, apacible, donde el mar ocupa la mayor parte del paisaje, neblinoso y grisáceo, sólo interrumpido en el centro por un gran islote de estructura rocosa y con gran presencia vegetal. Son cipreses, conocidos como los árboles de la muerte.


La calma del agua provoca gran inquietud en el espectador, casi sepulcral. Es un paisaje absolutamente asolador, misterioso e inquietante, ni siquiera nos muestra con nitidez los elementos y personajes que aparecen representados. Y es que el tema principal, son las figuras navegantes sobre la pequeña barca que se dirige a tierra. Es Caronte, de elevada relevancia en la cultura clásica y en la mitología, el barquero que conduce las almas de los difuntos hacia el inframundo. La propia soledad de la escena, sólo habitada por él y su errante, es la inquietud tras la muerte, ni siquiera sabe hacia donde se dirige. Una sensación que se incrementa aún más si recordamos que es una escena muda.

Serguéi utilizó toda una serie de recursos musicales para que cualquiera pudiera escuchar, incluso, el sonido del remo de la barca de Caronte, chocando con el agua del mar. Los instrumentos de cuerda, con motivos ligados que recuerdan al vaivén de las olas, o a las tenues voces casi inaudibles de los muertos que se agitan y se transmiten por el viento.

La obra comienza con el desarrollo de una introducción, que va evolucionando desde la nada hasta los primeros sonidos de los instrumentos de cuerda, es un sonido casi mareante, producido por la alternancia entre los diferentes instrumentos y el propio ritmo que sigue la obra.

Los próximos motivos nos indican la llegada inminente a la isla de los muertos, muy acompañado de los instrumentos de cuerda, que mediante corcheas y semicorcheas intentan asemejarse al sonido de los pájaros que rodean la isla.

La llegada a la isla se produce entre un cúmulo y el predominio de los instrumentos de metal. Estos ayudan a la visión terrible y majestuosa de la isla.

Después, una leve calma, piano, interpretada por violas y violines, el final, quizás ¿la paz tras la muerte?

Son muchas, las pinturas que cada día nos gritan, nos reclaman y nos cuentan sus historias. Quizás hoy, después de leer este artículo, empieces a escucharlas, y se sientan un poco mejor, más felices. Yo lo haré, ¿Quién sabe?, lo mismo soy capaz de escuchar las risas de los cuadros de fiesta de Renoir, o el aire, que envuelve a las meninas, como decía Dalí.





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