Primer capítulo de esta historia alternativa de la literatura española del siglo XX, con mujeres escritoras que no aparecían en mi libro de literatura de la carrera. En esta ocasión, inaugurando, con Concha Espina, quien compartió momento histórico con los autores de la generación del 98 y pese a que quizás su nombre no es tan recordado como el de Unamuno, Pío Baroja o Valle-Inclan la autora gozó de bastante relevancia en la sociedad del momento.
Retrato de la autora Concha Espina
Su obra es para nosotros, acostumbrados a cruzarnos en las estrechas escaleras de los edificios de hoy, sin ceder el paso jamás, como recordar las amplias escaleras antiguas, por las que podían subir cómodamente cuatro personas al tiempo y en las que, sin embargo, las gentes se cedían el paso. Nos parece, el gesto de los de entonces, totalmente inútil. Pero ya vamos aprendiendo que la cortesía, como la forma bella y serena en arte, puede ser un artículo de primera necesidad. Es preciso para ello que el espíritu se afine, la sensibilidad se depure. Cuando esto ocurra, Concha Espina habrá ocupado el lugar que le corresponde en nuestras letras.
(De la Maza, 1957)
Concepción Rodríguez-Espina y García-Tagle, mejor conocida como Concha Espina, nacía el 15 de abril de 1869 en el seno de una familia acomodada en Santander.
Empezó a escribir muy joven, a la corta edad de trece años publicó sus primeros versos en El Atlántico bajo el anagrama Ana Coe Snichp. Poco después, en 1891, fallece su madre – una de las personas que más apoyó la inclinación creativa de la autora – y se traslada con su familia a Ujo (Asturias) donde comenzaría su relación con la situación de los mineros, especialmente de los empleados de la Compañía Minera de Riotinto, a los que retrataría en El Metal de los Muertos. En esta obra se narran los sucesos de la huelga del 4 de febrero de 1888 en Minas de Riotinto, cuya represión provocó 20 fallecidos y 150 heridos entre los huelguistas.
Se casó en 1893 con el también novelista Ramón de la Serna y Cueto, con el que se trasladó a Chile, donde tuvo dos hijos, Ramón y Víctor. Allí comenzaría realmente su carrera periodística, pues actuó como corresponsal en Chile para el periódico El Correo Español de Buenos Aires. En 1898 volvieron a España y dio a luz a otros tres hijos, José (que muere a los cinco años), Luis y Josefina.
Tras desavenencias con su marido, en 1909 Concha Espina se traslada a Madrid con sus hijos; en ese mismo año publica su primera novela La niña de Luzmela. Ramón se trasladó a México, se separaron y terminarían por divorciarse definitivamente años más tarde.
Celebraba los viernes un salón literario en la calle Goya de Madrid, donde asistían personajes de la alta burguesía e intelectuales.
Compartió momento histórico con los autores de la generación del 98 y pese a que quizás su nombre no es tan recordado como el de Unamuno, Pío Baroja o Valle-Inclan la autora gozó de bastante relevancia en la sociedad del momento. En 1924 el Premio de la Real Academia Española por Tierras del Aquilón, se une a su nombramiento como hija predilecta de Santander y le es otorgada la Orden de Damas Nobles de María Luisa.
Fue candidata a la RAE en 1928, ese mismo año – y el siguiente – fue propuesta para el Premio Nobel. En 1938 es nombrada miembro de honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York y comienza su ceguera, de la cual fue operada, pero terminó por perder la vista de nuevo esta vez definitivamente en 1940. En 1941 volvieron a proponer su admisión en la RAE, sin éxito.
Concha Espina fallece el 19 de mayo de 1955.
Mujer “liberada”
La niña de Luzmela (1909) se publica en la editorial Patria del Marqués de Comillas, un pequeño presagio, quizás, de las derivas ideológicas de la autora.
Concha Espina fue una mujer liberada para su época, luchó por dedicarse a la literatura y ciertamente pudo vivir de ello y ser reconocida, sin embargo, en 1936 después de haber apoyado la II República y de que la misma Clara Campoamor hiciera efectivo su divorcio, decide afiliarse a la Sección Femenina de la Falange. Negarle a las demás mujeres aquello de lo que ella había disfrutado, posiblemente movida por su ferviente catolicismo.
«Yo necesito un mundo que no existe, el mundo que yo sueño, donde la voz de mis canciones halle espacios y silencios; un mundo que me asile y que me escuche; ¡lo busco, y no lo encuentro!»
Poema incluido en la novela La esfinge maragata, 1914.
Por ejemplo, también publica “La ley del piropo”, en La Unión Ilustrada (Málaga, 29-3-1914), donde la autora condena – en su justa medida - el piropo que pudiera ofender a las mujeres, pero defiende la aparente caballerosidad masculina española. Denotando, por supuesto, sus conservadores valores.
Por aquello sin duda de que los extremos se tocan, el culto que de la otra mitad del género humano recibe en España la mujer, llega a convertirse en algunos casos, muy pocos por fortuna, en falta de respeto […] Y no me propongo yo ahora defender esta costumbre con todas sus consecuencias y “ramificaciones”, pero no me atrevo a condenarla; es incómoda para las mujeres hermosas y resbaladiza para los hombres ordinarios […]
Aurora de España; lo que pudo ser.
La obra de Concha Espina que podríamos considerar más “feminista” se materializa en Aurora de España (1927), reeditada posteriormente en La virgen prudente (1929a, 1929b, 1944) y Aurora de España (1955). En la protagonista, Aurora, la autora aúna los valores feministas como el derecho a la educación femenina, o el sufragio, con sus valores católicos.
En él exponía, con clara limpidez, la suma necesidad de que las mujeres obtuvieran los mismos derechos políticos que los hombres, sin poner límites a su mutua asociación, guía de una suerte común. Ellas, como ellos, capacitados por la edad y la cultura con idénticas enseñanzas, deberían hacer un Tratado de Igualdad, unánime en privilegios, para actuar unidos en todas las cuestiones potestativas, incluso las internacionales. Porque de cierto la mujer emplearía sus votos en cultivar la paz del mundo, la protección a los niños y a todas invalideces miserables, el imperio de la justicia humana, en fin (1955: 81).
La protagonista se llama Aurora no por casualidad sino como una evocación de la mujer nueva que debía llegar a la sociedad española. Un nuevo amanecer.
Un alba española quería nacer, abriendo en sus horizontes el círculo blanco de una ronda infantil, el aire bíblico de una mano extendida sobre todas las gentes. Ya nadie anhelaría la necesaria aparición de un seráfico sexo, destinado a cuidar de los niños, las flores y las personas. El Santo Creador que modeló en la mujer la ondulación del talle y del busto, la elegancia de los dedos acariciadores, y el rasgo expectante de los ojos, se valía de Aurora de España para reclamar las prerrogativas del feminismo cristiano en toda su ingénita significación (1955: 84).
Es curioso como Aurora será reprendida por otras mujeres y la tacharan de hereje por su pensamiento. ¡Señorita España! No tiene usted derecho a escandalizar al prójimo con teorías extranjeras de propaganda librepensadora. Ha dicho usted herejías contra nuestra sacrosanta religión, contra las formulas sociales y el buen parecer católico. Es usted una rebelde, una extraviada […] Usted ha dado un mitin revolucionario, en vez de presentar, con decoro, una tesis jurídica (1955: 88). Gracias a esto la protagonista comprende que parte del obstáculo que impide a las mujeres avanzar en la igualdad de sexos es la mujer misma. (Rabadán, 2017:31)
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